
Años de resultadismo a ultranza devinieron en una época en la que no perder es más importante que ganar. De tan denostada, la derrota ahora provoca pánico.
“Fue la civilización del miedo”, así califica el escritor Martín Caparrós a la era actual en su libro El mundo entonces, novela futurista que mirá a este tiempo desde un imaginario siglo XXIII. Miedo, angustia, pánico son algunas de las condiciones con las que transita el primer cuarto del siglo XXI, señalan los profesionales de la psicología. Miedo a salir, miedo al odio, miedo al amor, miedo al otro, miedo al compromiso, miedo a perder el trabajo, miedo a no estar a la altura, miedo a solo sobrevivir, miedo a la muerte e incluso miedo a la extinción, todos esos miedos recorren las calles, los consultorios y los papers de psicología.
“Vi miedo a perder”, dijo Marcelo Gallardo tras una fecha de Liga Profesional que batió récords de partidos sin goles. Uno tras otro, los partidos pasaron sin tener eso que hace que el fútbol sea fútbol: el gol. Ocho encuentros de los quince que tuvo la tercera jornada del torneo Clausura terminaron 0 a 0. Sólo el de Vélez e Instituto no tuvo goles por la buena actuación de los arqueros, los demás fueron un compendio de 630 minutos (más lo adicionado) soporíferos e irritantes. Sobraron las acciones propias de otros deportes como el rugby, la lucha grecorromana o el karate. Ver más de dos pases seguidos y bien dados causó el mismo impacto que observar a Río Cuarto nevada.
El técnico de River suele ver bien. Si estamos en la civilización del miedo, cómo no va a haber miedo a perder en el fútbol. Expresión fundamental de la cultura argenta, lo que se ve en las canchas no suele ser muy distinto a lo que se ve afuera.
Se puede decir que el miedo forma parte del ser humano desde que vino al mundo. Sobre todo si se lo piensa como una pulsión biológica de supervivencia. Aristóteles la definió como un dolor o una turbación proveniente de la imaginación de un mal que puede sobrevenir, portador de destrucción o dolor. Spinoza lo definió como una tristeza ligada a la idea de un mal futuro que se considera inevitable. Una pasión que se opone a la razón y se contagia rápidamente de una persona a otra. Las pasiones son el motor de la acción humana. El miedo como pasión puede llevar a la retracción. Volverse sobre sí mismo para protegerse. Conservar lo que se tiene y no arriesgarse.
El miedo a perder en el fútbol es el temor de lo que conlleva una derrota. El temor a lo que prevemos sucederá si toca caer. Para los protagonistas perder un partido tiene consecuencias materiales bien concretas, desde quedarse sin trabajo hasta ligarse un piedrazo de parte algún simpatizante exaltado. La derrota tiene también su carga simbólica. Ser un perdedor está mal visto. Cuerpo y mente de futbolistas y entrenadores anticipan lo que les espera ante una caída. No está bueno ser insultado por todo un estadio ni ser el protagonista de las noticias o de las horas de streaming que se lleva el fútbol.
Los hinchas también temen perder. La victoria no se celebra, es más bien alivio. Es saber que por una semana nadie nos puede decir nada. No importa tanto ganar, la cuestión es no perder. La supervivencia vale más que la vivencia.
Primo hermano del miedo a perder es el miedo a ganar. Aquel equipo que en la previa es candidato teme lo que puede pasar si no gana un partido. Está obligado a vencer y no hacerlo implica una derrota aún más grave. Miedo también tiene el árbitro. Sabe que cualquier determinación puede terminar en un escándalo.
La consecuencia de tantos miedos juntos es el fútbol argentino. Una liga con menos de dos goles de promedio por partido, lejos de los más de tres que tiene la Premier League inglesa y de los 2.5 de la MLS estadounidense. Nadie arriesga, todos conservan. Los jugadores se sacan el problema (la pelota) de encima: si no la tengo, no la pierdo, no es mi culpa. Si me quedo en el suelo el tiempo corre, no se juega y el partido termina como está. Los entrenadores arman esquemas para protegerse antes que para pensar en el arco contrario. El empate permite la supervivencia. Perder un partido por un gol de contragolpe es casi un anticipo de un despido con causa. Los árbitros manejan los partidos para no ofender a nadie. Ante la duda, mejor cobrar foul en ataque.
El miedo se contagia y en el fútbol argentino derrama hacía las divisiones formativas. Los chicos no aprenden a jugar, aprenden a no perder. Conocen más de mañas para no perder qué de la gambeta, el engaño principal para ganar.
La derrota suele ser parte de la vida de la mayoría de las personas. Del deporte, es una parte constitutiva. Es peculiar encontrar disciplinas en las que nadie pierde. Incluso en el fútbol, empatar implica resignar puntos. Pero hoy perder es casi inaceptable. Años de resultadismo a ultranza devinieron en una época en la que no perder es más importante que ganar. De tan denostada, la derrota ya da miedo.
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