Cañas voladoras

Hace una década, Rodrigo Luna jugaba en su Ticino natal a ver cuán lejos podía tirar una vara y clavarla en la tierra. Hoy, no solo descubrió que eso se llama lanzamiento de jabalina, sino que construyó una carrera que lo llevó a ser el actual campeón provincial

“Empecé con esto por lo indio que era de chico. Me divertía tirando piedras, viendo si podía llegar cada ve más lejos”, dice Rodrigo Alejandro Luna (23) desde su Ticino natal, a la vera de la ruta provincial número 6, casi en el centro de Córdoba. Una década después, ese talento para arrojar objetos contundentes se convirtió en su forma de vida. Hoy es uno de los referentes a nivel nacional del lanzamiento de jabalina.

Gesticula y responde como aquel que habla de un tema que lo apasiona. Para el que cree en los clichés, la remera deportiva negra revela su profesión (o sus profesiones). “Ahora estoy en mi casa, pero en un rato me voy al local en el que tengo mi espacio de entrenamiento personal”, cuenta sobre Bacano, el emprendimiento que empezó en su hogar y creció gracias al boca a boca en el pueblo. Es el complemento perfecto para su carrera de lanzador y fue su boleto de salida de un trabajo monótono de empaquetador de productos maniceros: “Yo no podía estar encerrado en un galpón, me angustiaba. Me fui al baño y me largué a llorar. Prefería cagarme de hambre a seguir ahí”. Ahorró el sueldo de los cuatro meses que pasó en ese galpón, compró las primeras máquinas, hizo un curso de entrenador personal y refuncionalizó su casa para que fuera también gimnasio. Tenía 19 años.

“Siempre fui de hacer lo que yo quería. No me refiero a ser caprichoso, si no a ser independiente”, se define y encuentra las razones para ser así en su infancia, cuando su madre trabajaba varias horas para traer la comida a casa. Segundo de cuatro hermanos, repartió su tiempo entre el colegio y el aire libre. Fue allí que descubrió su habilidad para hacer volar lejos a las cosas. Después de las piedras, siguieron las cañas que se encontraban detrás de su casa: “Imaginate lo que éramos. Les poníamos cuchillos en las puntas y le apuntábamos a una caja”. Así descubrió las jabalinas antes de saber que se llamaban jabalinas.

Pone sus manos en la cara en una postura similar a la de la figura de “El Grito” de Edvard Munch y dice: “¡Oh my god!”, para contar el momento exacto en el que vio volar por primera vez una jabalina en serio. Estaba en primer año del secundario y casi sin querer se cruzó con un chico más grande que entrenaba lanzando una vara. “Yo quedé enamorado, porque encima la tiró lejísimo y quedó clavada Y dije, ¿qué es esto?”. Todavía sin profesores a la vista, hizo lo que todo adolescente en estos tiempos: You Tube. Empezó a entender de que se trataba a través de tutoriales y vídeos de competencias internacionales.

“En mi primer torneo me hice mierda” -pone su mano en la nuca y empuja su cabeza- “Todavía no tenía claro como lanzar y me pegué con la jabalina”, relata sobre esa primera experiencia. El golpe no lo frustró. A los 15 años inició el camino deportivo en los Córdoba Juega. La marca de 60 metros que consiguió para ser campeón provincial colegial le abrió la puerta para los Juegos Evita. Ese certamen en Mar del Plata fue el vuelvo definitivo hacia la el lanzamiento de jabalina.  “¡Vuatafack!” -de nuevo aparece el gesto de “El grito”- “Yo no podía creer que estaba en los Evita. Hacía nada que había visto un vídeo en You Tube y ahora estaba compitiendo ahí”, remarca. Una tendinitis lo dejó afuera de la prueba, pero eso no evitó que el entorno lo animara a federarse y empezar a competir.

Nacer en el interior del interior es una desventaja para aquellos que quieren seguir una carrera de alto rendimiento deportivo. La encrucijada suele ser hostil: remar desde el pago chico o armar valijas. Rodrigo Luna eligió la primera. “Yo cuando estoy lejos la paso mal. Me vinieron a buscar varios profes, probé irme, pero no es lo mío estar lejos. Yo estoy bien acá y quiero progresar desde acá”. Quedarse plantea sus desafíos, por ejemplo entrenar solo y con las condiciones que se tienen a la mano. El primero lo resolvió de manera autodidacta y viajando, por ejemplo a Río Cuarto. Todos los viernes (intenta que así sea), carga la jabalina en su moto y recorre los 111 kilómetros que separan Ticino del Imperio y entrena con Walter Armoya. Más de una vez debe explicarle a la policía caminera de que se trata esa varilla que sobresale del vehículo (“Tené cuidado, no vaya a pasar lo de Destino Final” cuenta que le dijo una vez un agente). La solución a lo segundo vino con los resultados. El subcampeonato en el Campeonato Argentino en Concepción del Uruguay lo hizo más conocido y consiguió que se construyera en Ticino una corredera de tartán, unas jabalinas y los clavos para el calzado. En ese mismo torneo se hizo acreedor de la segunda marca del ranking U23 argentino.   

“El tema del apoyo es delicado” -rascan su cabeza- “Para darte el apoyo te piden resultados, pero sin el apoyo es difícil conseguir resultados”, dice y explica la ventaja que tienen aquellos que pueden entrenar con las condiciones adecuadas. Correr en tartán no es lo mismo que hacerlo en el pasto o en el barro. No sólo por el rendimiento, sino también por las lesiones que se pueden generar. “Yo no soy de victimizarme, pero a vece es frustrante”, admite y cuenta que cuando un entrenador de Mar del Plata preguntó por su caso desde la Agencia Córdoba Deportes le dijeron que si el no se acercaba a pedir no iba a recibir: “O sea, tenés un atleta que puede tener proyección y vos no los vas ni a ver…”, dice el campeón en el Provincial de atletismo en marzo de este año.

En el camino autodidacta aparecieron la psicología y la alimentación. Hablando con otros atletas y entrenadores, conoció nuevos métodos para cuidar el cuerpo y la mente. “Uno hace muchos sacrificios y encima no siempre sos reconocido. Yo pasé varios años lanzando en las sombras. Tenés que preparar tu cabeza para aceptar que, sí es tu sueño, te vas a tener que acostumbrar a no gastar de más y a no darte algunos gustos”, sostiene el hoy dueño del récord provincial.   

El movimiento de sus manos se acelera cuando explica las diferencias que hay entre las jabalinas según su longitud y su material. Él posee cuatro de tacuara y una de aluminio. Las mejores son las de fibra de carbono, pero son más costosas. La de aluminio para competición están alrededor de los $300.000. “Ahora estoy viendo si puedo ahorrar para comprar una más y se que me las voy a arreglar para poder hacerlo. Yo soy muy decidido”, dice con un optimismo firme. El mismo que lo llevó a encontrar a su padre después de 20 años y descubrir que también practicaba atletismo. “Decidí buscarlo por una cuestión de salud mental y en una de las charlas me dijo que era muy rápido en los 100 metros”, relata. El árbol genealógico deportivos se completa con un medio hermano y dos hermanos futbolistas una hermana que práctica vóley y una madre que “dicen las profesoras que jugaba bien al vóley”.

“Mi sueño es participar en un Juego Olímpico y se que lo voy a conseguir”, asegura y dice que se le viene la imagen de Braian Toledo, el recordado lanzador argentino fallecido en un accidente de transito en 2020. “Si él, un chico nacido en una choza en la villa llegó, yo también puedo”, remarca. El camino desde Ticino a una Olimpiada tiene varias paradas y requiere de capacidad para adaptarse a ciertas vicisitudes. También de la creatividad, esa que tuvo Rodrigo Luna para convertir una travesura infantil en una carrera de vida.

 

Del Autor

Tinta Deportiva es un espacio que mira al deporte desde lugares diversos. En sus textos aparecen historias, relatos, números y voces que aportan ideas para pensar lo que pasa adentro, afuera y alrededor de una cancha. Se trata de una invitación a sumarse a una comunidad que comparte una perspectiva multiforme de lo que es el “deporte”. El contenido del blog está siempre disponible para todos aquellos que quieran curiosear y ver de qué se trata. Podés suscribirte y hacer un aporte de $150 para que este espacio siga creciendo.