Una gaviota averiada

Cuando su sobrina pescó al autor de estas líneas intentando imitar la grulla de Daniel-san abrió la puerta a una larga conversación sobre el origen del karate

“¿Qué estás haciendo tío?”, preguntó, inocente, la sobrina de quien escribe estas líneas en la playa, al verlo parado sobre su pierna izquierda, con la derecha doblada en el aire, los brazos abiertos, las muñecas quebradas de manera brusca y las manos apuntando hacia abajo. “Es la técnica de La Grulla”, respondió y sin mediar explicación, se propulsó con la extremidad que tenía en el suelo para soltar una patada al aire con la otra. Al volver al suelo, algo desprolijo, la miró e hizo una reverencia al estilo oriental, con los brazos pegados al cuerpo. Instantes después, no pudo disimular la mueca de dolor, debido al punzante dolor que sentía en su isquiotibial.

Hundido en una reposera, con los pies enterrados en la arena, el autor de estas líneas sintió dos mensajes que acreditaron su edad. La primera fue esa molestia en la cara posterior del muslo que no se iba. La segunda fue el tener que explicarle a su sobrina de 15 años que la serie Cobra Kai -la cual vio completa en menos de una semana- es un revival de una película que se emitió unos años antes de que él naciera. La conversación sobre The Karate Kid derivó en el karate y su historia.

La película -también la serie- es pochoclera hasta la médula, pero acierta en el lugar de origen del karate. El arte marcial nació en la isla de Okinawa. Ubicada al sur de la isla principal de Japón, cerca de China, es el lugar desde el que el karate irradió hacía el resto del mundo. En la peli, es el hogar del que emigra ese viejito piola que le hizo creer a toda una generación que podía evitar golpes si sabía encerar autos: el señor Miyagi. Ante la mirada de: “A vos te la dieron por hacerte el karateka”, de mi cuñada, aclaré que nunca implementé las técnicas del sensey de Daniel-san. No por qué no me fascinaran, sino por cobardía. La gran mayoría de los que alguna vez fueron humillados en el secundario soñó con que apareciera un anciano, les enseñara un arte marcial que les permitiera moler a palos a los brabucones.

 

La escena final de The Karate Kid con la patada de La Grulla y el triunfo de Daniel-san en la definición torneo de All Valley.

Robert Mark Kamen, creador de la saga del chico karateca, contó que el germen de la película fue la noticia de un niño que le pidió a su madre aprender taekwondo. Esto retrotrajo al autor a su infancia, cuando la pasó muy mal con una patota a la salida de la Feria Mundial. La escena de los “esqueletos” persiguiendo a Daniel-san en la película recuerda mucho a esta anécdota.  

Volviendo al karate, este empezó a gestarse en Okinawa a comienzos del siglo XVII. En ese momento el territorio era conocido como islas Ryūkyū. Como puerto estratégico fue invadido por China y Japón en reiteradas oportunidades. Los Ryūkyū eran budistas pacifistas y tenían prohibido el uso de armas. Es cierto que la imposibilidad de usar espadas ayudaba a contralar posibles rebeliones. Ahora bien ¿Cómo se defendían de los enemigos si no podían usar lanzas y otros instrumentos del estilo? Con las manos. En japones, “Te” quiere decir mano. Con el tiempo fue evolucionando hasta llegar al karate-do actual, que quiere decir “Camino de la mano vacía” y combina técnicas de pelea, respiración, equilibrio físico y espiritual. Algo de esto se cuenta en The Karate Kid II y en la tercera temporada de la serie.

Si bien quien escribe y su familia estaban disfrutando del romper de las olas, tampoco daba pasarse toda la tarde hablando de karate. Por eso en la charla dimos un salto de varios siglos hasta llegar a principios del siglo XX. En ese tiempo, en Japón gobernaba la dinastía Meji, que trajo consigo un crecimiento de la modernización del Estado. Entre otras reformas, aparecieron nuevas reglas de reclutamiento militar y de escolarización. El emperador tenía claro que se venían tiempos conflictivos y había que tener a los jóvenes entrenados por si acaso. Razón no le faltó. Fue así que los médicos encargados de revisar a los proyectos de solados, descubrieron que aquellos que practicaban el karate estaban mejor físicamente. “Bingo”, dijeron y así fue como el arte marcial pasó a formar parte de los programas escolares de Okinawa.

Dice la historia que a principios de la década de 1920 el príncipe Hirohito estaba de recorrido por Okinawa. Allí presenció una exhibición de karate a cargo de Gichin Funakoshi y sus alumnos. Parece ser que el futuro emperador Shōwa quedó chocho con lo que vio. Se cargó a Funakoshi en un barco directo a Tokio y empezó a difundir el arte marcial por todo el país. Unos años después, el karate adaptó del judo el código de vestimenta y la lógica de los cinturones. El mito cuenta que en Tokio vieron que Funakoshi hacía las demostraciones en cuero o con una camiseta y le sugirieron que, por respeto, buscara un uniforme.

“Dale tío, apurá el trámite ¿Cómo vamos de Okinawa al torneo All Valley de California?”, inquirió el concuñado de quien escribe. Aunque la impaciencia no es amiga del conocimiento, el autor de estas líneas aceleró su explicación. Después de la Segunda Guerra Mundial -bombas atómicas y crímenes de lesa humanidad mediante- Estados Unidos tomó el comando de Japón hasta 1951. Siempre abiertos a la cultura de otras naciones, los norteamericanos prohibieron las artes marciales. Eso duró hasta que se dieron cuenta de que el karate servía para entrenar mejor a los marines. Cómo pasó en otras áreas, los soldados norteamericanos que regresaron de oriente se trajeron consigo las enseñanzas del karate. En la década de 1950 se abrieron los primeros dojos en la tierra del Tío Sam y poco a poco se fue generando un estilo propio. También hubo soldados japoneses que emigraron y se llevaron consigo el karate. De hecho el señor Miyagi fue creado por Kamen sobre la base de uno de sus profesores de karate de la infancia, el profesor Meitoku Yagui; un ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial que tenía métodos un poco inusuales.

El zenit de popularidad internacional del karate se dio a mediados de 1980. Entre otras cosas por la masificación de mangas y animés nipones de artes marciales. A esa ola se subió -y contribuyó- The Karate Kid. Así, un arte de pelea defensivo desarrollado por los campesinos de las islas Ryūkyū pasó a ser el néctar hollywoodense.  

El estilo del Miyagi-do que practica LaRusso en la película y enseña a sus pupilos en la serie, tiene sus raíces en el Goju-Ryu de Chojun-Miyagi (1888-1953). Mientras que el de Cobra Kai está basado en el Tang Soo Do coreano. Cabe recordar que durante gran parte del siglo XX Japón tuvo el control sobre Corea. Prohibidas las artes marciales originarias, a los coreanos nos les quedó otra que aprender karate y agregarle un toque más agresivo. Al ver que en este punto estaba perdiendo a su audiencia, el autor de este texto añadió un dato de color: “El Tang Soo Do es el estilo de Chuck Norris”. Nombrar al actor complicó aun más las cosas. Su sobrina no tenía idea de quien es. “Deja tío, mejor veo la serie y listo -lo cortó su sobrina- lo que sí no hagas más eso de la grulla. Por qué más que una grulla parecés una gaviota averiada”.

 

Del Autor

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