
Después de más de un cuarto de siglo de reglas rigurosas contra el exceso de contacto físico, los fanáticos parecen estar pidiendo el regreso de los viejos tiempos duros
El deporte es violento. O al menos posee un grado de violencia. Algunas disciplinas hacen de ella su razón de ser. En otras, permanece latente. Someter al otro, obligarlo a hacer algo que no quiere, vencerlo, doblegarlo, son algunas de las definiciones de violencia que dan vuelta en el ambiente.
Una mirada menos polémica diría que en el deporte se canaliza la violencia. Niko Besnier, antropólogo estudioso del deporte, señala que está fue una de las razones por las que en el siglo XIX se pensó en la actividad física como un espacio para la formación de los jóvenes. Los campos de juego resultaban ideales para que expresen sus excesos de adrenalina. También para que aprendan a educarlos y contenerlos.
Pensado para el hombre, el deporte se volvió un ámbito para la expresión de la masculinidad. La violencia también es parte de un modelo de masculinidad. Besnier señala que los campos de juego son un espacio en el que los hombres pueden medir su masculinidad. En el origen del deporte moderno, la actividad física implicaba un lugar para aprender a resolver disputas. En términos poco académicos diríamos: “Si quieren ver quien la tiene más larga, háganlo en la cancha, no en la calle”.
Ojo, tampoco es cuestión de convertir las canchas en campos de batalla de la edad media. No se trata de ir moliendo a trompadas al que se te cruce (bueno, en el boxeo un poco sí), no vale todo. La violencia se canaliza a través de las reglas. Si uno se pasa de violento en un exceso de adrenalina se va para afuera. De eso se tratan las medidas disciplinarias.
En su libro Cuerpos de Elite (2021), Sebastián Fuentes analiza los cambios en la reglamentación del rugby en relación con la seguridad. A medida que el rugby se fue profesionalizando, los excesos de violencia debieron ser cada vez más controlados. Si uno observa un partido de rugby de la década de 1980 ve otro deporte. Por un lado por que los cuerpos no están tan entrenados como ahora. Por otro, por los golpes que se reparten. El profesionalismo generó cuerpos más entrenados y peligrosos, por lo que fue necesario controlarlos aún más.
Fuentes añade que a la par de la profesionalización, apareció el show. En una nota del medio estadounidense The Athletics de noviembre pasado, analizaban el cambio que se produjo en el deporte de ese país a finales del siglo pasado. Por ejemplo en la NBA, los “Bad Boys” de Detroit le dieron paso a las concursos de volcadas de Michael Jordan y compañía. Las reglas cambiaron para evitar que tipos duros como Bill Lambeer sacaran de la cancha a los acróbatas voladores que vendían entradas. Algo similar ocurrió con las peleas en el hockey sobre hielo o el béisbol. Incluso en el fútbol americano se modificaron reglas para castigar los golpes más brutales.
En la misma nota, explican que el proceso parece ir a la inversa. En una encuesta realizada por la NBA un 30% de los aficionados dio como resultado que a la liga le falta acción. “Pleitos”, aclaró la mayoría en la encuesta. En el hockey las peleas no solo volvieron a estar permitidas, sino que un 98% de los jugadores contestaron que están de acuerdo con los enfrentamientos con golpes de puño. “Sirven para descargar tensiones”, explicaron los referentes. “Déjenlos jugar” se quejan los fanáticos -y algunos periodistas- de la NFL, sobre el rigor con el que se “castiga” a los defensores que golpean con demasiada dureza.
El paradigma parece haber cambiado. El artículo de The Athletics señala que las gerencias de las distintas ligas deportivas están observando que las nuevas generaciones están buscando algo distinto. El show ya no está completo sin su dosis de “acción”. La popularidad creciente de la UFC (Ultimate Fighting Championship) es una señal más. Según Forbes la liga de artes marciales mixtas más importante del mundo vale hoy 11.300 millones de dólares. Su actual mandamás, Dana White, la compró en el 2001 por solo dos millones. Amigo personal de Donald Trump, White fue crucial en su regreso a la Casa Blanca, consiguiendo adhesiones en el electorado joven. Su relación comenzó a principios de los 2000, cuando el reelecto presidente de EE. UU le prestó su casino de Atlantic City a la competición, que estaba prohibida en varios estados por su violencia y no encontraba escenarios importantes en los cuales crecer.
En el MMA si vale todo o casi todo. El duelo se define en escasos minutos de “acción”. Es rápido, fugaz, intenso y adrenalínico. No se pierde el tiempo porque hoy no hay tiempo que perder.
En tiempos de hatters e incorrección política, la mirada sobre el deporte muta. La violencia latente ahora permea cada vez más. Mientras más explicita más aporta al nuevo show. Ese que sea alienta desde algunos atriles presidenciales.
Del Autor
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