
Nunca nadie me miró con tanto odio
No todas las experiencias son buenas en un viaje. Eso entendió Mardones en una compleja noche en la línea C del subte
“Nunca nadie me miró con tanto odio”
Ni bien puso un pie en la formación, Mardones supo que algo andaba mal. El subte estaba vacío. Nunca se había subido tan tarde a la línea C rumbo a Retiro. Miro hacía los dos lados y se imaginó en una película de terror. No había presencia alguna. “En cualquier momento aparece un fantasma o me chupa un portal y me voy a otra dimensión”, pensó medio en broma y medio en serio. No sabía que ese miedo imaginario pronto se volvería carne.
La formación llegó a Lavalle y una familia -o así los categorizó él- ingresó al vagón. Eran cuatro: dos varones de alrededor de 30 años, una mujer de veintipico y un niño de unos once. Su ropa estaba sucia y maltratada. Un olor a cuerpos que llevan un tiempo sin bañarse invadió el lugar. Se combinaba con una fragancia agria de la transpiración alcohólica que venía de los dos hombres. El más chico del grupo hizo como que le arrojaba el bolsón lleno de cartones que traía. “¿Te cagaste?”, le dijo. Mardones asintió con un dejo de sonrisa.
El subte emprendió el camino. “Solo dos estaciones más”, se tranquilizó Mardones. El alivio duró poco. “Hoy le robé el iPhone a un cheto igual a este”, dijo el niño. Mardones, que estaba vestido con un sobretodo de paño entallado, zapatos negros nuevos, un vaquero recién estrenado y una gorra estilo “Peaky Blinders”, supo enseguida que estaba hablando de él. Se entumeció en el acto. Sintió como se hacía más chico en el asiento. “Te crees que es una broma”, arremetió el chico y lo miro fijo. Al ver que el riocuartense apenas si respiraba, subió un tonó su amenaza: “¿Qué te pasa? ¿Sos cagón? Mirá que te corto”.
Mardones se separó de su cuerpo y se vio a sí mismo como a una laucha acorralada por un gato agazapado. La mujer y los dos hombres sonreían. Mardones apenas si los notaba, pero sentía que no intervendrían. Al contrario, eran como los espectadores de una pelea de box que está a punto de terminar. El noqueado iba a ser él. Sin embargo, sonó la campana. El subte llegó a la estación San Martín y se detuvo. Sin saber cómo, Mardones salió eyectado, pasó por el costado del menor y cruzó las puertas unos instantes antes de que estas se volvieran a cerrar. “Como corriste puto”, escuchó decir al niño y vio como se reía por la ventanilla cuando la formación siguió viaje. La estación estaba vacía. Empezó a recuperar de a poco la respiración. No tenía muy en claro de donde había salido esa agilidad para reaccionar.
Cuando llegó el siguiente tren se subió a uno de los vagones que más lleno estaba. Identificó a gente con bolsos y valijas. Eso quería decir que iban al mismo destino que él. Se sintió un poco más a salvo. Una parte de sí todavía temía que el niño lo estuviese esperando en la estación final, pero eso no paso. Salió de la boca del subte nervioso y camino rápido, mirando para todos lados, como si fuera una presa en pleno coto de caza. Llegó con lo justo a la terminal. Se subió al colectivo y recuperó el aliento de a poco.
Nunca antes se había sentido así. Jamás le toco pasar por un robo o una situación de violencia similar. Repasó las sensaciones que atravesaron su cuerpo durante esos instantes en el subte y llego a la conclusión de que no sabía lo que era ese tipo de miedo. Más allá de la molestia inicial, no sintió rencor hacia el niño. Nunca fue de esos que salen a pedir la cabeza de un delincuente y no cree que la respuesta sea tan sencilla como pedir que bajen la edad de imputabilidad. Lo que no pudo sacarse de la cabeza fue el resentimiento con el que ese chico lo observó. Esa mirada lo tuvo prácticamente sin dormir hasta que llegó a Río Cuarto. Cuando le contó a su compañera de vida lo que le había ocurrido, la primera frase que le salió fue: “Nunca nadie me miró con tanto odio”.
Del Autor
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