Crónicas de un pajuerano VII

Villa Crespo

Tierra de bohemios

Mardones decidió cruzar avenida Córdoba y meterse en un barrio marcado por el azul y el amarillo. Un lugar en que el pasado y el futuro parecen disputarse un duelo constante, como los ángeles y los demonios se disputaron el alma de Adán Buenosayres

Villa Crespo

“Villa Crespo, tierra de “bohemios” y judíos”, apeló al estereotipo Mardones, al cruzar avenida Córdoba a la altura de Thames. La arteria es -según relatos oficiales y no tanto- es el límite entre el barrio de los “crespines” y Palermo.

Al poco tiempo de empezar a caminar, Mardones empezó a cuestionar parte del estereotipo. No vio una multitud de ortodoxos con kipá, barbas largas y risos. La tradición judía del barrio se develó más en algunos apellidos que se leían en vidrieras de locales y en las panaderías que trabajan especialidades de la colectividad. “Eso que buscás, está en el Once”, le dirá después un compañero de maestría.

La otra parte del estereotipo fue incuestionable. Villa Crespo es de Atlanta. Esquinas, postes, murales, cordones de vereda, rejas y persianas no conocen otros colores que no sean el azul y el amarillo. A donde posara la vista, Mardones veía la camiseta del “bohemio”.

El punto neurálgico del azul y amarillo es el estadio León Kolbowski. Allí es donde lo bohemio y lo judío se encuentran. Su tribuna principal da sobre calle Humboldt, a pocos metros de Corrientes. Su fachada se impone en medio de casas bajas y edificios promedios. “Bendito sea el que inventó la milanesa”, pensó Mardones al hincar el tenedor en un trozo de carne apanado, cubierto con queso derretido, aceitunas y rodajas de chorizo colorado. La exquisitez antes descripta, es uno de los platos estrella de “Los Bohemios”, el bodegón del club, instalado en la sede, al lado de la cancha. Rodeado de una treintena de camisetas, banderines y fotos, Mardones se entregó al goce. Se perdió absorbido por el sabor de unas crujientes papas fritas. El único elemento disonante era el olor de los espirales, pero no se quejó porque los mosquitos parecían la Lutwaffe en 1939.

Al lado del estadio, también por Humboldt se erige otra mole: el Movistar Arena. Construido en contra de la opinión de los vecinos, el estadio en el que alguna vez tocó Sabina desencaja en el resto del paisaje. Es gris, cuadrado y metálico.

“Defendamos Villa Crespo”, proclama una bandera en el balcón de un segundo piso, en un edificio añejo enfrente de la iglesia de San Bernardo, aquella del cristo de la mano rota de la que escribió Marechal. La agresión de la que debe ser defendido el barrio vendría a ser el Progreso, encarnado en otro sustantivo: la “palermización”. Ese proceso hace que florezcan cafés de especialidad, torres y hostels del lado sureste de la avenida Córdoba. Aquello que se quiere defender, es el Villa Crespo que comienza a aparecer más cerca de calle Corrientes y que se extiende hasta Warnes. Casas bajas, edificios menos ampulosos, escuelas, talleres textiles, ferreterías, locales que venden máquinas de coser y sus repuestos, conforman ese otro paisaje. Los bares no ofrecen “flat White”, hay cortados, jarritos, lágrimas y café con leche. Nadie vende Pain au chocolat, hay medialunas y punto. Las mesas son cuadradas y las sillas de madera, todas iguales.

Más al sur todavía, aparecen los talleres mecánicos y los autopartistas. Se percibe el olor aceite y a caucho. Elementos de ese Villa Crespo que fue. Ese que nació en 1888, cuando el intendente Antonio Crespo -de ahí el nombre- autorizó la instalación de la Fábrica Nacional del Calzado. Fue a la vera del arroyo Maldonado, hoy enterrado bajo avenida Dorrego. A la empresa le siguieron las casas de los obreros y se sumaron más fábricas. Ese Villa Crespo que caminó Adán Buenosayres.

Después de tomarse un café entre los billares del bar San Bernardo, Mardones tomó por corrientes hacia Malabia. Allí frenó su marcha ante la presencia de una plazoleta en forma de lancha. Un busto decoraba el cantero central y detrás, como si fuese un gran alerón, hay una placa de mármol puesta en altura. Encima de ella, como haciendo equilibrio, ocho figuras simulan ser una orquesta de tango. Dos están cantando, tres tocan violines, dos sostienen bandoneones y uno toca el piano. Mardones sumó dos más dos y entendió que el que tocaba el piano era una representación de Osvaldo Pugliese. El compositor de tango es el hijo más representativo del barrio y por eso tiene allí su monumento.

Cuando la luna le empezaba a ganar al sol, Mardones decidió que era tiempo de volver a su reducto en el corazón de Palermo. Antes, quiso pasar otra vez por la parroquia de San Bernardo. Tomó por Acevedo, dobló por Murillo y giró a la izquierda para agarrar Gurruchaga. Se paró frente a las rejas y miró el cristo que hace de centinela, justo encima del portal de la blanca fachada de la iglesia. Encima de la escultura, las agujas del reloj daban las 19.30, una brizna de viento refrescaba el anochecer. La calle estaba vacía. “Ángeles y demonios pelearon por su alma en Villa Crespo, frente a la iglesia de San Bernardo, ante la figura inmóvil del cristo de la mano rota”, recitó, recordando la novela de Marechal. No tiene muy claro que fue lo que ocurrió en ese momento, pero sintió un escozor que le recorrió la espalda. Sintió una presencia o algo parecido a un susurro. No se quedó mucho tiempo a averiguar lo que sucedía. Disparó levantando baldosas por Gurruchaga y no frenó hasta cruzar Córdoba, sin mirar para atrás.

Del Autor     

Tinta Deportiva es un espacio que mira al deporte desde lugares diversos. En sus textos aparecen historias, relatos, números y voces que aportan ideas para pensar lo que pasa adentro, afuera y alrededor de una cancha. Se trata de una invitación a sumarse a una comunidad que comparte una perspectiva multiforme de lo que es el “deporte”. El contenido del blog está siempre disponible para todos aquellos que quieran curiosear y ver de qué se trata. Podés suscribirte y hacer un aporte de $150 para que este espacio siga creciendo.