La culpa es de Bosman

Una sentencia de una corte europea en el lejano Gran Ducado de Luxemburgo es la gran responsable de que River y Boca vean partir a sus jóvenes figuras

El Gran Ducado de Luxemburgo es al fútbol, lo que Argentina al hockey sobre hielo. Es una de esas selecciones de las que el futbolero medio solo se entera, porque fue víctima de una tracalada de goles de Cristiano Ronaldo en las eliminatorias para el mundial o la Euro. Su liga masculina de 16 equipos no figura en la oferta de las plataformas televisivas, tampoco la femenina de 10. Pocos recuerdan que fue en ese territorio en el que el mundo de la pelota cambió para siempre. Un 15 de diciembre de 1995, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea con sede en ese país, dictó sentencia a favor del jugador Jean Marc Bosman y dio paso al libre mercado que hoy hace, por ejemplo, que Valentín Barco y Claudio Echeverri se vayan del fútbol argentino, antes de cumplir los 20 años.

Bosman, nacido en 1964 en Lieja (Bélgica), comenzó su prometedora carrera jugando para el club Standard de su ciudad. En 1982 el equipo se vio envuelto en un escándalo por el arreglo de un partido. El golpe hizo que el Standard perdiera el impulso que traía desde finales de la década anterior. Allí fue traspasado al Royal de Lieja, pero luego de una discusión con el entrenador, quedó marginado. Tras seis meses sin jugar, pidió cambiar de club. Fue en ese momento en que apareció la oferta de un equipo de la segunda división francesa, el USL Dunkerque. El recuerdo bélico de la ciudad a la que el jugador intentaba partir fue el anticipo de la batalla judicial que se vendría.

El Dunkerque no podía pagar la compensación económica que pedía el Lieja. Sin ese acuerdo, Bosman no podía jugar para su nuevo equipo. Las negociaciones se hacían entre los clubes, sin importar si el jugador tenía contrato vigente o no. Los derechos del jugador los tenía el club que era propietario del pase. En términos marxistas, se podría decir que el club era el propietario de la fuerza de trabajo del jugador y este no tenía injerencia alguna a la hora de decidir. Si quería trabajar para otro empleador, este debía pagarle al anterior una compensación. La legislación protegía a los clubes, pero dejaba a los jugadores atados de pies y manos.

Bosman analizó el panorama, se buscó un abogado especialista en el derecho de libre circulación y en cinco años se llevó a puesta a la UEFA. El triunfo en los tribunales no le cambió mucho la vida al belga, cuya carrera estaba prácticamente terminada, pero si puso patas para arriba a todo el resto. El fallo del tribunal no sólo les permitió a los jugadores negociar con los clubes directamente y quedarse con el pase en su poder, en condición de libre, sino que también habilitó la posibilidad de que cualquier jugador con pasaporte comunitario -es decir, de un país miembro de la CE- no fuera considerado extranjero. Se liberaron los cupos y el mercado hizo lo suyo.  

Los clubes grandes ya no tenían que negociar con los chicos para pedirles sus figuras. Empezaron a seducir al jugador, su familia y su representante. “Yo no voy a renovar”, dijo Claudio Echeverri tras ganar el Trofeo de Campeones con River, haciendo uso de lo que la Ley Bosman le permite. Si River no lo quiere vender, el se va igual cuando venza su contrato. Así, si el club no quiere quedarse sin el pan y sin la torta, deberá aceptar cualquier oferta. La “corajeada” del belga fue una topadora para los clubes de Sudamérica y África. Sin chances de competir económicamente, los equipos quedaron expuestos ante los europeos que, ya sin trabas de cupos, llegaron a estas costas ofreciendo dinero y pasaportes.    

La Ley Bosman otorgó derechos a los jugadores, en tanto trabajadores. En definitiva, eso son. En parte, permitió humanizar la figura del futbolista. Eso sí, los clubes se quedaron solo con la posibilidad de cobrar los derechos de formación del jugador, algo que solo cuenta cuando se trata de fútbol profesional. Todos los trabajadores se forman, pero nadie es dueño de ese proceso. Ninguna universidad recibe pagos por cada contrato que firman sus egresados y ninguna empresa se queda con un porcentaje por haber sido la primera en la que un empleado realizó su actividad. Ni hablar de la presencia de representantes o intermediarios que reciban una parte por una transacción en la que no se entiende bien cuál es su rol. Ni hablar de la existencia de grupos empresarios que posean los derechos de contadores o ingenieros y los ofrezcan entre las empresas del sector. Casi ninguna otra profesión requiere de ellos, ha excepción de la rama del espectáculo. Es más, son pocos los oficios en los que se sigue hablando de comprar o vender a una persona.

La Ley Bosman le brindó poder a los jugadores. Están mejor parados a la hora de negociar su fuerza de trabajo, eso sí, siempre dentro de lo que implica un sistema capitalista. Los clubes quedaron indefensos al libre albedrío del mercado y a las reglas que esto impone, que no es otra cosa que el que más tiene, más puede. En el medio, cada vez que surgen situaciones como las de Barco o Echeverri quedan flotando en el aire algunas preguntas sobre este negocio. Si los clubes son Asociaciones Civiles sin fines de lucro ¿Por qué cobran dinero por vender a los jugadores? ¿Qué tiene que ver eso con la función que cumplen en la sociedad? ¿Cuál es el rol de un representante? ¿Qué quiere decir que alguien sea intermediario? ¿Esta bien que un grupo económico posea los derechos de una persona?

 

Del Autor

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