Crónicas de un pajuerano V

Me verás en el subte

"Y yo me alejo más del cielo"

Pocas cosas de Buenos Aires impresionan a Mardones como lo hace el subterráneo. En está nueva entrega, nos invita a recorrer la ciudad por sus entrañas

Me verás en el subte

Buenos Aires sin el subte no es Buenos Aires. De todas las cualidades que separan a porteñolandia de las demás ciudades argentas, ese bicho metálico que se mueve por sus entrañas es la más importante. Si se detiene, por el motivo que sea, pasa a ser lo mismo que Córdoba o Rosario, solo que más grande. Es decir, el mismo caos solo que recontra multiplicado. El subte la eleva por sobre el resto de las ciudades provincianas y la acerca a las capitales del mundo. Sin él, se vuelve mundana. Sigue siendo imponente, pero se queda sin estilo. 

En la serie “Nada”, el personaje que encarna Robert De Niro, dice que en parte, Buenos Aires le recuerda a Nueva York. El subte es una de ellas. Hace algunos años, la revista New Yorker le dedicó un número especial a este medio de transporte. Uno de los conceptos manejados en la publicación, era que por el subte pasaban las historias de toda la ciudad. En ese transcurrir de vagones se condensaba la vida de esa urbe. 

Será por eso, tal vez, que Mardones se empeñó en aprender a moverse a través de sus vías. Se dijo que si quería comprender a Buenos Aires y pasar desapercibido debía manejarse sin problemas en el subsuelo de la ciudad. 

Así, aprendió que nombrar las líneas por los colores y no por las letras, delataba su origen provinciano. Se cuidó de no cometer nunca ese delito de lesa “pajueranidad” que es pararlo levantando la mano, como si se tratara de un colectivo. La parte que más le costó -monetariamente hablando- fue entender como combinar estaciones sin salirse del sistema y tener que pagar otro boleto. Con el tiempo, entendió que pasarse una parada o estar del sentido contrario al que quería ir, no implicaba un problema irresoluble. 

Tras mucho ir y venir, comprendió que lo que pasaba abajo tenía un correlato con lo que sucedía abajo. El subte es una especie de upside down a lo Strangers Things solo que sin Vecnas ni demogorgons. Las líneas están marcadas por los barrios que recorren. Tienen sus estigmas y sus huellas.

La D es la línea “cheta”. Nace en el centro, pero rápidamente toma rumbo hacia ese Barrio Norte porteño que Charlie pedía no bombardear. Remonta avenida Santa Fe y se interna de lleno en Palermo. Otrora sector de clase media, hoy rebosa de turistas, hosteles, torres, cafeterías de especialidad y cervecerías artesanales. Tras dejar atrás los “bosques”, pasa por el exclusivo “Las Cañitas” y muere en el tradicional Belgrano, rodeada de caserones muy bien cuidados y edificios con expensas que no deben ser muy baratas. Su estación final es Congreso de Tucumán, pero la más famosa es la antepenúltima. Se trata de Juramento y al salir al exterior, uno se encuentra con la “esquina de Cabildo y Juramento”.

La B es una puerta a la multiculturalidad histórica de Buenos Aires. Abierta en 1930, es la más utilizada por los habitantes de la ciudad. Al principio, es porteña hasta las muelas. Arriba, pasa la vida de la calle Corrientes, esa que nunca duerme. Teatros, bares y pizzerías llenan de ruido las estaciones. El subte contesta sacudiendo esas estructuras cada vez que surca las vías. 

Su porteñidad explota en su parada más famosa, la Carlos Gardel. Es la estación del Abasto, como cantaba Luca Prodan. Es allí, en el barrio donde el tango brilló que la línea vira hacia otra Buenos Aires. Ese mismo arrabal en el que cantaba el “zorzal”, se transformó en el hogar de inmigrantes de varios países. Israelitas, Bolivianos, coreanos y demás, se establecieron allí hace bastante tiempo. Balvanera es su lugar y el Once, su casa. El Abasto cerró, la zona se llenó de casas tomadas y después los 90 dejaron su sello. Allí donde cantaba Gardel, hoy hay un shopping con un McDonalds que ofrece comida kosher. 

Después de dejar Corrientes, sus amplios vagones (más grandes y antiguos que los de otras líneas) terminan su recorrido en el oeste, en barrios menos célebres como Villa Ortuzar. 

 La A es la primera, por eso es la A. Comenzó a rodar en 1913 marcando un hito para toda latinoamérica.  Nace en Plaza de Mayo, a metros de la Rosada. Casi como si dibujara una  línea de poder, viaja por Avenida de Mayo hasta el Congreso. Sigue su curso por avenida Rivadavia, esa que antes fue glamorosa y vital y hoy, como casi todo el casco histórico, parece derruida. Atraviesa Balvanera, Almagro y Caballito, tiñéndose de clase media y termina en el suroeste, en la intersección de San Pedrito y Rivadavia, en Floresta. 

La C es la de las terminales y los extremos. A diferencia de las anteriores su sentido es norte – sur. Conecta las estaciones de trenes de acceso a la ciudad, de Retiro y Constitución. Si la D es la “cheta”, la C es la “marginal”. Sobre sus hombros carga el estigma de los dos barrios que conecta. “En Retiro tenés que andar con cuidado y a Constitución no vayas”, le dijeron varias veces a Mardones. 

Para el que llega en colectivo, el recorrido comienza en Retiro, al frente de la estación de trenes, con la villa 31 a sus espaldas. Tras atravesar el centro porteño -Monserrat, para ser más precisos- yendo por debajo de calle Carlos Pellegrini y luego dobla hacia el sureste, para llegar a la intersección de Lima y Brasil. Al salir de la estación, la vista se encuentra con la monumental estación del ferrocarril General Roca y la plaza Constitución, en el barrio del mismo nombre, ese barrio al que nadie va de paseo ni a turistear. Mardones nunca llegó a la estación final -se bajó antes para ir a San Telmo-, pero sí recorrió esa línea todas las veces que viajó. El recuerdo que tiene de ella es de carácter olfativo. En ninguna de las otras, sintió el olor a orina humana que hay en algunas de sus paradas. Las primeras veces, la acidez del amoníaco se le impregna las fosas nasales casi al punto de hacerlo lagrimear.

La línea H es la más nueva, tiene menos de 20 años. Tiene la misma orientación geográfica que la C, pero no la social. Está ubicada una cuadras más al oeste y en su recorrido conecta el tradicional barrio de clase alta, con uno de los tradicionales de clase media. Una de sus puntas está en plena Recoleta, al lado de la Facultad de Derecho de la UBA. La otra está en el corazón de Parque Patricios a pocas cuadras del estadio Tomás Ducó. Es decir, uno se sumerge rodeado de edificios y caserones estilo europeo y emerge en el medio de casas bajas bien de barrio.

De la línea E, Mardones no tiene mucho que decir, porque no la usó nunca. Es algo que se debe y que seguramente hará, porque a diferencia de Charly García a él sí lo verán en el subte. 

Del autor

Tinta Deportiva es un espacio que mira al deporte desde lugares diversos. En sus textos aparecen historias, relatos, números y voces que aportan ideas para pensar lo que pasa adentro, afuera y alrededor de una cancha. Se trata de una invitación a sumarse a una comunidad que comparte una perspectiva multiforme de lo que es el “deporte”. El contenido del blog está siempre disponible para todos aquellos que quieran curiosear y ver de qué se trata. Podés suscribirte y hacer un aporte de $150 para que este espacio siga creciendo.