
Terminales
Pinturas grises de realidadNueva entrega de las desventuras de Manuel Mardones, un chuncano suelto en suelo porteño
Terminales
La ola de entusiasmo de Mardones llegó a su punto más alto antes del primer viaje, luego encontraría su rompiente y descendería rápidamente. Pasó lo mismo con el equipaje. Su volumen bajó considerablemente al darse cuenta, semana a semana, la inutilidad de varios de los utensilios (vaya paradoja) con los que cargó sus mochilas en esa primera travesía. Incluso paso de “mochilas” a “mochila”.
Mardones descubrió que las terminales son el mejor remedio para el exceso de entusiasmo. El domingo, la de Río Cuarto lo despide casi vacía y con locales cerrados. El cierre de fin de semana siempre viene con una buena dosis de melancolía, pero en las ciudades chicas, esas últimas horas languidecen como las de la madrugada del personaje de la canción “Viernes 3 A.M”. La fiesta terminó y solo queda la hondura de los minutos solitarios de espera. Ese primer viaje fue el indicio de la soledad con la que se encontraría en los días siguientes. Después de ese adiós, la bienvenida que le da Retiro no es la mejor. Es un lugar frío, incómodo, sucio, gastado y atestado de gente que se quiere ir de ahí.
Por mucho esfuerzo que hagan Larreta y su séquito, Retiro sigue siendo (como la propia ciudad a la que pertenece) una terminal argentina, piensa Mardones. Mendigos y vendedores de artículos varios pululan entre turistas que buscan la mejor manera de fugarse hacia la ciudad que les prometieron. Los no turistas, ya conocen la ruta de escape y la transitan expeditivamente. Pronto, Mardones se volverá uno de ellos y dejará de ser uno de los confundidos que dudan si tomarse un remis o aventurarse hacia la parada de colectivo o el subte. Hay quienes no forman parte de ninguno de los dos grupos. Por ejemplo, una familia del norte argentino (Mardones no alcanzó a identificar de manera específica la tonada) que en uno de los tres cafés que habitan el lugar, hablaba de lo que sería empezar una nueva vida en la capital.
En el fondo, Mardones sabe que lo que más le molesta de Retiro es que desactiva la Buenos Aires de ensueños. La terminal refleja una parte de la modernidad de la ciudad, pero no la vendible, sino la otra. La de las desigualdades sociales, la del tiempo que pasa más rápido y la de las miradas abstraídas y desconectadas.
Retiro lo baja a la tierra. Por lo que hay en su interior, pero también por ese conglomerado urbano que sigue creciendo a su lado. El barrio Carlos Mugica (Villa 31 o Villa Desocupación, como se la conoció en sus orígenes en la década de 1930) es una metáfora extraña de la historia argentina y -sobre todo- de lo que Buenos Aires es en la historia argentina. Allí, en ese predio de más de 30 hectáreas, aparecen, capa sobre capa, consecuencias del pensamiento moderno que embebió a la ciudad y la ubicó en el centro del país.
Ubicada a escasos metros de la coqueta zona de Recoleta, la Villa mantiene algunos de los rasgos con los que nació. Fue el hogar de los inmigrantes que excluyó el mismo modelo que los había invitado a venir. En aquellos tiempos eran italianos o polacos, que venían a buscar las mieles del “nuevo mundo”, a una capital que decía ser igual que las del “viejo mundo”, pero sin el óxido y el hollín de aquellas. Hoy, su densidad de población no para de crecer de la mano de migrantes latinoamericanos y provincianos argentinos que llegan a buscar a ese Dios que solo atiende en Buenos Aires. Pero no es la Villa en sí misma, sino la precariedad que rodea a la propia villa. Porque una cosa es la Villa propiamente de dicha y otra cosa es su periferia. Una periferia de la periferia. Un grupo de casillas, lonas y colchones, que hacen que las construcciones precarias que rodean Retiro parezcan departamentos de última generación.
Aunque suene a lugar común, piensa Mardones, la ventanilla del colectivo es una ventana a la realidad. Cuando se duerme en el colectivo al dejar atrás Río Cuarto, sabe que no le agradará lo primero que vea por la mañana. Tiene claro que el crepúsculo matinal lo despertará en ese mismo asiento, frente a un paisaje muy distinto. Cuando las luces ingresen al colectivo, correrá la cortina y verá el lado menos turístico de Buenos Aires. Es el primer golpe de realidad que recibirá y le dejará un sinsabor al que se irá acostumbrando.
Del Autor
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