
Yamila Rodríguez le pidió clemencia a ese grupo de jueces de las redes sociales que dictan sentencias veloces y drásticas
“Se vive un tiempo de odio” le dice el detective Codringher a Geralt de Rivia, en una de las novelas de Andrzej Zapkowski que narra las aventuras del brujo y que Netflix llevó a la pantalla con más pena que gloria. La sentencia sirve para describir una era en la que impera la intolerancia. “Son años en los que todo se define por dicotomías cerradas en las que el blanco y el negro son puros, no existen grises o matices. Es ellos o nosotros. Todo lo que el otro representa debe ser suprimido. Su discurso no solo debe ser considerado equivocado, sino que ni siquiera debería ser pronunciado”, describe el personaje sobre lo que ocurre en esa tierra fantástica, en la que, tras un choque de mundos, (la conjunción de las esferas) razas mitológicas conviven con humanidad.
La descripción de lo que ocurre en las imaginarias Redania o Temeria, no suena muy distante, en un país en el que la mayoría de las fuerzas políticas actuales se define por la negación de su contrario. Un país en el que los hatters se reproducen más rápido que las cervecerías artesanales y los cafés de especialidad.
“Por favor, basta; no la estoy pasando bien”, escribió en sus redes Yamila Rodríguez, jugadora de la selección argentina de fútbol. La ex delantera de Boca tuvo que dejar de disfrutar del mundial que se disputa en Oceanía para pedir que la dejen de hostigar por ser una supuesta “anti Messi”. Los pecados cometidos por Rodríguez fue tatuarse a Cristiano Ronaldo y haber criticado al rosarino en el pasado (Algo que nadie hizo nunca en Argentina…). Ni bien la imagen del portugués impresa en su piel se hizo viral, aparecieron las capturas de pantalla y los jueces del inframundo twittero la condenaron.
🙏🏼❤️🩹 pic.twitter.com/XoCMThenrP
— Yamii Rodriguez⚽ (@YamiiRoddriguez) July 25, 2023
Rodríguez tuvo que salir a pedir clemencia a esa comunidad de avatares de personas que disfrutan de pasar su tiempo vilipendiando al otro. “Odiadores” ha habido siempre, pero los tiempos actuales parecen haber generado el ecosistema perfecto para su multiplicación. Las redes sociales ofrecen anonimato, alcance e instantaneidad. Como la tribuna, otorgan la impunidad de la masa, pero la llegada del insulto es más certera. El objeto de los improperios parece más cercano. No hay tiempo (ni espacio, ni necesidad) de pensar o chequear datos. Simplemente se carga, se apunta y dispara.
Para los hatters no hay nada mejor que una dicotomía. Es el tipo de (no) debate que los hace sentir cómodo, porque les permite descargar todo su arsenal contra esa otra opción. Estas encrucijadas forzadas han marcado la historia humana. Desde los tiempos de la filosofía griega muchas de las narrativas que construyeron la cultura occidental están planteadas en términos de lo bueno y lo malo o lo lindo y lo feo o lo clásico y lo moderno. El deporte moderno, fruto de esta cosmovisión, está repleto de ellas. Así, surgen el menotismo y el bilardismo, Guardiola o Mourinho, Vilas o Clerc, Federer o Nadal (bueno, esa duró hasta que apareció Djokovic y forzó la aparición de un tono distinto dentro de la paleta de colores). La prensa alentó varias de esas disputas, tal como lo hizo con la de Messi y CR7. Como si disfrutar de uno hiciera imposible admirar al otro.
Rodríguez, que fue clave en la clasificación argentina al mundial, quedo en el medio de la tormenta de este tiempo de odio, en el que dominan los hatters. Ese mismo que alguna vez se llevó puesto al mismo Messi y que hoy busca defender. Es un tiempo en el que opinar, es ponerse (aunque no se quiera) de un lado u otro, sin importar los matices ni las explicaciones que se quieran dar. En una era vedada para el debate, porque intercambiar ideas, implica pensar y hoy no hay tiempo para eso. En cambio, el odio no requiere de razonamientos complejos, es simple.
Del Autor
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