
El sábado comienza el mundial de vóley y por eso, en la sección Cuestión de Origen repasamos el nacimiento de este deporte. Para ello, recuperamos una de las aventuras de Manuel Mardones, saga publicada por el autor en Al Toque Deportes
Mardones y Mía se sonrieron cómplices cuando sus cuñades propusieron hacer un partido de vóley. Estaban pasando una tarde de verano en la pileta de la Universidad. Había bajado un poco el sol y el clima estaba ideal para aprovechar que la cancha estaba libre. A sus parientes políticos les llamó la atención la risa que generó su invitación. Manuel se dispuso a contarles el motivo por el que esa disciplina le generaba esa sonrisa.
El destino quiso que el vóley fuera protagonista de uno de sus primeros desencuentros amorosos. El relato, que Mía ya conocía, era la típica historia en la que el protagonista cree que convertirse en un héroe deportivo le permitirá quedarse con el corazón de la muchacha en cuestión.
La gran mayoría de las personas tuvo un acercamiento al amor en el secundario. Es el momento en el que la personalidad empieza a revolucionarse y aparecen nuevas sensaciones. La atracción sentimental por un otre es una de ellas. La flecha de Cupido golpeó Mardones en segundo año. Allí fue cuando descubrió que sentía algo por Melisa. Nunca supo bien que fue lo que le llamo la atención de ella. Quizás, fue el hermoso contraste que se generaba entre su piel blanca como la nieve y su pelo negro bien oscuro, o a lo mejor sus inolvidables ojos color de almendra.
Durante años, Mardones convivió con Melisa sin poder declararle su amor. Siempre esperando el momento para hacerlo. Cabe aclarar que en ese tiempo no había Instagram, What´s App, Tinder ni nada por el estilo.
Para colmo, al empezar cuarto año, Melisa se puso de novia con un muchacho de otra escuela. El fulano era alto, rubio, de ojos azules y tenía un ligero bronceado que lo hacía encajar perfecto en los cánones de belleza de la época. Además, el tipo era un atleta nato y representaba a su colegio en los diversos equipos de los intercolegiales. Uno de los deportes que practicaba el susodicho era el vóley.
Quiso el destino que, en el último año de cursado, la escuela de Mardones enfrentaría a la del novio de Melisa. Manuel no tenía muchas expectativas de jugar, hasta que se produjeron una serie de eventos desafortunados que terminaron con el dentro de los convocados.
Un compañero enfermo y otros sancionados por una pelea, le dieron la chance de integrar el equipo. Era la oportunidad de vencer a su rival y conquistar el corazón de su amada que, sin duda, estaría en la tribuna. Con la inocente esperanza de un muchacho enamorado, se puso de cabeza a prepararse para el partido. Lo hizo de la única manera que sabía: leyendo. Pasó toda la noche previa al duelo repasando historias y reglamentos del vóley.
Su creador, el estadounidense William Morgan, lo ideó a finales del siglo XIX buscando una alternativa menos intensa para el básquet. Buscaba que no hubiera tanto contacto físico entre los protagonistas. Si bien se produjeron algunos cambios, las reglas básicas siguen siendo las mismas. Los equipos ocupan mitades diferentes de la cancha, separados por una red. El objetivo es lograr más puntos que el rival. Eso se consigue cuando se hace picar el balón en el campo contrario. Para lograrlo el cuadro que ataca tiene como máximo tres golpes.
Su nombre viene del inglés “volley” que refiere a la acción de pegarle a la pelota de aire. Las modalidades más conocidas son las de salón y la de playa. Las normas más complejas para aprender tienen que ver con cuestiones técnicas, sobre como golpear el balón. Por ejemplo, se puede usar el pie, pero sólo como último recurso; no se puede acompañar la pelota con la mano, hay que golpearla; se puede pegarle con las dos manos, pero en simultaneo; un mismo jugador o jugadora no puede tocar el esférico dos veces seguidas (excepto en el bloqueó, ya que este no está considerado entre los tres golpes). Todas estas cuestiones se sancionan con un punto para el contrario.
También será tanto para el rival si un jugador o una jugadora toca la red o invade el campo contrario, interfiriendo en el juego. Un detalle propio del vóley de salón es que si la pelota impacta el techo o cualquier elemento que haya colgando -por ejemplo, las luces- se considera fuera de juego y por tanto es punto para el equipo contrario al que lanzó el balón hacia las alturas.
En el vóley de salón los equipos están integrados por seis jugadores, que van rotando entre los seis sectores en los que se divide la cancha. Cada integrante del equipo debe tener su turno al saque. Se juega al mejor de cinco sets. Cada una de esas mangas es a 25 puntos.
Tanto se concentró Manuel esa noche que, sin darse cuenta, se quedó dormido. Soñó que entraba al partido en la parte definitoria, ayudaba a ganar a su escuela y al ver su hazaña, Melisa dejaba al otro y caía rendida a sus pies. Se levantó exaltado por el despertador.
El encuentro tuvo un trámite parejo. Mardones se la pasó en el banco, mientras el novio de Melisa hacia puntos de todas las formas posibles. Ella estaba en la tribuna y con Manuel sólo había cruzado un simple saludo. Llegado el último set, Mardones creyó que su sueño se haría realidad. El profesor lo hizo entrar para darle la chance. Sus dos primeras intervenciones fueron aprobadas por todos y el tipo fue tomando confianza.
Agrandado por el buen comienzo, Mardones pareció poseído por el espíritu de Hugo Conte. Recibía todo lo que le tiraban y complicaba al rival cada vez que le tocaba atacar. Por ahora, todo lo llevaba a pensar que su sueño había sido premonitorio. Sentía que sería su día.
Para lamento de Mardones, los sueños son sueños y la realidad es la realidad. Llegando al final del juego el novio de Melisa metió un bombazo desde el saque, Manuel recibió el balón de manera perfecta, tanto que hasta pudo escuchar la felicitación de su profesor, que lo miraba con incredulidad. El armado fue en su dirección, la pelota flotó con la gracia sobrecogedora de un globo aerostático al atardecer. Mardones tomó confianza, hizo los tres pasos necesarios para elevarse correctamente e impactar al esférico en el momento preciso.
Cuando dio el último paso, escuchó que alguien decía: “No te apurés”. Mientras volaba, se dio cuenta del significado de ese pedido. En su rostro empezó a dibujarse un gesto de consternación. Había saltado antes. Por lo tanto, mientras su cuerpo iniciaba el descenso, la pelota todavía no bajaba. Así, después de tirar un manotazo a la nada, forzando su brazo como si fuera el hombre elástico de los Cuatro Fantásticos, Mardones se estampó contra la red. Ese globo diabólico en el que se había convertido la pelota, picó unos metros afuera de la cancha.
Desesperado, intentó liberarse de la red, mientras sus compañeros lo miraban sin poder dar cuenta de su torpeza. Después de semejante vergüenza, no se animó a declarársele a Melisa. Sintió que la chance había pasado. Si el destino no quería, para que insistir. Eso sí, nunca pudo volver a jugar al vóley sin acordarse de aquella sensación de vergüenza y las pocas veces que se sumó a un beach, nunca más se apuró en hacer los tres pasos a la hora de saltar a atacar.
Del Autor
*Publicado en www.altoquedeportes.com.ar . Es la entrega número 20 de la saga de: “Las aventuras de Manuel Mardones”.