Era por abajo

Se cumplen 8 años de una de las Deporpedias más tristes del fútbol argentino

Hay frases hechas que nacen de manera colectiva. Su origen se produce de una especie de conexión inconsciente, de la cual mucha gente forma parte sin estar en el mismo espacio. Algo de eso ocurre con la Deporpedia que se analiza en este ensayo. Una premisa que atravesó los límites del fútbol para ser repetida en distintos ámbitos de la vida social. Mientras organizaciones sociales y la Mesa de Enlace corren por izquierda y por derecha al gobierno de Alberto Fernández y los Rolling Stones festejan sus 60 años, hoy cumple ocho años una de las heridas no cerradas que tienen los hinchas argentinos.

Eran las 18 y pico del domingo 13 de julio de 2014. En el estadio Maracaná de Río de Janeiro, Alemania y Argentina disputaban la final del mundial. Marcos Rojo tomó la pelota en la mitad de la cancha y levantó la cabeza. Eran tiempos en los que jugaba de lateral izquierdo y no necesitaba de todo tipo de golpes y bravuconadas para demostrar su valía. El formado en Estudiantes de La Plata vio que a espaldas de Mats Hummels, picaba habilitado Rodrigo Palacio. El delantero ya no tenía la velocidad de sus inicios, pero seguía ostentando ese olfato particular para localizar los espacios.

Rojo cruzó la pelota de manera perfecta. El balón cayó por detrás del alto central alemán. Allí estaba Palacio, entrando al área, para quedar mano a mano con Manuel Neuer. En ese momento, empezó la coreografía masiva que terminaría con el nacimiento de una de las entradas más nuevas de la Deporpedia del fútbol argentino. Millones de personas (entre las que estaban en el estadio y las que lo veían por la TV) se levantaron al unísono y se prepararon para gritar el gol. Iban seis minutos del primer tiempo suplementario, con lo cual, un tanto hubiera sido una especie de sentencia del tercer título mundial para Argentina.

Al recibir la pelota, Palacio le puso más tensión a la situación. No la controló bien y está le quedó algo lejos para poder definir. Mientras el delantero iba hacia ella, se veía crecer la figura del portero germano como una mancha verde manzana (no era el buzo amarillo de su colega  Schumacher en la final de 1986, pero también era muy llamativo). Ninguno de los dos tenía muchas opciones. Ni Palacio para definir, ni Neuer para evitar el gol.

La pelota picó y Palacio quedó en una posición incomoda para definir. Delante suyo, Neuer saltó y estiró brazos y piernas cual arquero de handball. Al ver que esa especie de espanta pájaros verde y rubio se le venía encima, el bahiense decidió definir por arriba, sin notar el espacio que se generó por el salto del arquero. El balón se elevó por el aire, superó al arquero y salió afuera, a centímetros del palo derecho.

En el instante posterior, como si fuesen una especia de entidad con mente de colmena, los millones que había iniciado la coreografía poniéndose de pie, se tomaron la cabeza y decretaron, en forma de sentencia: “Era por abajo, Palacio”. Fue una reacción colectiva, similar a la de los demogorgons de Strangers Things cuando atacan al Desuellamentes. Algunos lo dijeron en la cancha, mientras se miraban incrédulos. Otros se lo gritaron al televisor, con la vista clavada en el aparato. No hubo un relator que la dijera primero, como la metáfora del “barrilete cósmico” Víctor Hugo.

Después de esa acción, la esperanza argentina empezó a descender. Si bien el encuentro estaba empatado, ya eran muchas las opciones que habían desperdiciado Messi y los suyos. Un puñado de minutos más tarde, Mario Gotze no desaprovechó la que tuvo y le dio el título a Alemania. Una corona merecida, pese a lo ocurrido en la final.

Fue el cierre de la campaña de un equipo que se metió en el corazón argentino. Con muchas similitudes con los subcampeones de Italia 1990, los dirigidos por Alejandro Sabella fueron considerados héroes al regresar al país con el segundo puesto.

El recordado entrenador, siempre humilde y respetuoso, consiguió ganarse el cariño del público. Su equipo, sin ser el mejor, también. Se generó una conexión especial entre un grupo que transmitía mucha fortaleza y la euforia de los miles de argentinos que invadieron Brasil.

Símbolo de Estudiantes de La Plata, al igual que Bilardo, Sabella armó la lista con jugadores que le hicieran bien al grupo, pero que también le fueran leales (Enzo Pérez, Federico Fernández, el propio Rojo). Rodeó a Messi desde lo humano y no dudó en renunciar a algunos nombres que consideraba de su riñón (José Sosa).

En el mundial, Messi se hizo cargo del equipo en la primera ronda. Argentina no tuvo identidad y el rosarino fue el que dio la cara para poder avanzar en una zona muy accesible. Empezó jugando con cinco defensores ante Bosnia y terminó con los “cuatro fantásticos” (Messi, Agüero, Di María e Higuaín) ante Nigeria. En el medio, casi empata con Irán en uno de los partidos más aburridos que tuvo esa fase inicial.

Como en el 90, fue a partir de los octavos que Argentina empezó a encontrarse. La lesión de Agüero le dio a Sabella la oportunidad de hacer de ese equipo, “su equipo”. Armó dos líneas de cuatro, con Di María como carrilero izquierdo y Biglia al lado de Mascherano en lugar de Gago. Este cambio tuvo una consecuencia negativa: con el correr de los partidos, Messi perdió protagonismo hasta mostrar una deslucida versión en la final con Alemania.

Argentina creció como equipo y, al igual que en Italia, aparecieron algunos triunfos con tintes heroicos. La corrida de Di María en el gol ante Suiza en octavos es uno de esos momentos eternos. En la semifinal con Holanda, Mascherano se produjo una lesión (muchos dijeron anal, pero nunca se terminó de comprobar si esto fue cierto o solo parte del mito) por tapar un remate de Robben dentro del área y Romero (que no había tenido un buen mundial) se hizo enorme en los penales.

En la final, Argentina puso en aprietos a una Alemania que venía de desfilar en las semi. La Mannschaft había causado un terremoto al vencer 7 a 1 a Brasil y era el gran favorito. Sabella armó un planteo excelente con Lavezzi en lugar del lesionado Di María y redujo la peligrosidad germana. Sus dirigidos hicieron casi todo bien, menos acertarle al arco en las pocas ocasiones que tuvo el partido.

Esa mística hizo que el equipo fuera ovacionado a su regreso. Ese idilio duró poco. Un año después, otra final perdida no fue tan bienvenida por el público argentino. En el medio, Sabella decidió no seguir en el cargo tras el mundial. El presidente de AFA Julio Grondona eligió a Gerardo Martino como su reemplazante en lo que fue uno de sus últimas decisiones, ya que murió poco después.  

Como el de 1990, el mundial de Brasil es una especie de herida abierta para el fútbol argentino. El equipo volvió a una final después de 24 años, pero la consagración se escapó por poco. Entre otras cosas por la famosa jugada del “Era por abajo, Palacio”.

Con el diario del lunes todo es más fácil. Ninguno de los que dijo la frase fue el protagonista de la jugada ni vivió lo que Palacio en ese momento. Todo es más sencillo para quién está observando el partido (o cualquier situación) desde afuera. La mayoría de los hinchas del fútbol argentino son catedráticos a la hora de dictar lo que hay que hacer en una cancha a través de la TV. Está claro también, que, si la pelota entraba, nadie hubiese dicho: “Igual era mejor que definiera por abajo”. Poco amigo de las entrevistas, el delantero no habló mucho de esa acción. Se hicieron memes y simulacros sobre lo que hubiera pasado si definía por abajo.  

Más allá de estos debates, la realidad es que la pelota no entró y ese mundial dejó una cicatriz. Ocho años después, cuando al ver que alguien se equivoca al elegir, todavía se pronuncia: “Era por abajo, Palacio”.   

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