No tan de cristal

Tildada de inestable y sensible, la nueva generación de atletas parece haber llegado para cuestionar a un ambiente cada vez más hostil y exitista. Ni mejores ni peores, sólo diferentes

“Hasta los dibujitos animados son más blandos ahora. Antes cuando Tom se lo quería comer, Jerry le pegaba un martillazo en la cabeza y se terminaba ahí, ahora los hacen ir al psicólogo al gato y al ratón”, dice Pepe Argento en Casados con Hijos, en uno de sus tantos ataques de nostalgias. El personaje solía recurrir a ese lugar común que dice que todo tiempo pasado fue mejor.

Por mucho que se quieran deconstruir las sociedades, los lugares comunes siempre están flotando en una especie de reservorio social de respuestas simples. Justamente por eso se llaman así. En algunos casos, el “todo tiempo pasado fue mejor”, es fácil de refutar. Por ejemplo, con el crecimiento de la esperanza de vida desde la Edad Media hasta hoy. Pero en otros casos la cuestión es más compleja.

Siguiendo el razonamiento deductivo se podría decir que, si el pasado fue mejor que el presente, antes las personas eran mejores que ahora. Los y las habitantes de este tiempo no tienen la misma madera que los de antaño. Las mujeres ya no cocinan como las de antes, los hombres ya no tienen la misma fuerza y los deportistas tienen menos aguante.

Delfina Pignatiello, promesa de la natación argentina, decidió anunciar su retiro a los 22 años. Sin tomarse un tiempo para entender un poco más las razones de la decisión, se activaron los celulares y las notebooks (las de quien escribe también, para su propio pesar).  Se habló de la falta de planificación deportiva del estado, de la cuarentena más larga del mundo y la falta de posibilidades que tuvo la comunidad de atletas para entrenarse, de los ataques y el acoso que sufrió la plusmarquista argentina en las redes sociales. Entre esos discursos también se señaló que la nadadora pertenece a una generación de deportistas que no se banca la presión.

Según esta última mirada, está nueva camada de atletas parece no tener lo que tiene Nadal, que el domingo ganó su título 14 en Roland Garros y sigue reponiéndose a todos los problemas. Ya no son como Messi, Cristiano, Lebron James, Usain Bolt, Serena Williams y tantos otros que ganaban -y ganan- sin decir nada. Vendrían a ser deportistas centennials o de la generación de cristal.

La filosofa española Monserrat Nebreda introdujo a la discusión la idea de generación de cristal al analizar la fragilidad de la generación nacida a principios de este siglo. Tiene algunos puntos de similitud con la teoría de los Ni – Ni (ni trabaja ni estudia).  La caracterización no es absoluta y está siendo muy debatida en las ciencias sociales.

La idea general es que estas camadas tienden a tener poca resistencia al fracaso y se desmoronan fácilmente. Esta inestabilidad se debe en parte a que fueron criados en ambientes de sobreprotección. Así, cuando salen al “mundo real” y se encuentran con sus obstáculos se frustran. En el caso de los atletas, no consiguen reponerse a la derrota y deciden decir adiós rápidamente.   

Quienes comparan a las Osaka con las Williams a veces dejan de ver que el ambiente ha cambiado. La maquinaria económica del deporte siempre fue una especie de picadora de carne, pero en la actualidad el proceso se ha acelerado. La necesidad de vender (noticias, zapatillas, perfumes, entradas, derechos de TV, etc) es cada vez mayor. Las exigencias sobre el cuerpo y la mente de las y los atletas son constantes.

Este panorama no se da solamente en el deporte. Se vive una época en la que en la que el éxito es valorado en términos absoluto. Si se gana se es todo, si pierde se es nada. En ese contexto la salud mental general se ha visto afectada. UNICEF (2019) indicó que al menos el 20 por ciento de los adolescentes de todo el mundo sufría trastornos mentales. La Organización Mundial de la Salud (2019) aseguró que el suicidio es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 19 años. Los estudios indican que todos esos indicadores se incrementaron después de la pandemia.

Las redes sociales también juegan su papel. Los y las deportistas se exponen a haters que los bastardean por el simple hecho de hacerlo. Los periodistas, subidos a ese caracol ascendente de barbaridades, se olvidan de su responsabilidad y, sobre todo, de que los y las atletas son personas haciendo su trabajo. Fusilan mediáticamente sin medir las consecuencias de sus dichos.

“No se pueden comparar los tiempos. El contexto en el cual los deportistas se mueven hoy es distinto al que vivió la generación anterior”, comenta Franco Barreda, coach deportivo y preparado físico que integra desde hace varios años el cuerpo técnico de Estudiantes. “Por un lado porque los deportistas se exponen cada vez más chicos a situaciones de presión extrema. Los integrantes de la Generación Dorada ganaron en Atenas con un promedio de edad de 28 años. Por otro porque cuando grandes deportistas de la generación anterior enfrentaron esa presión con esa edad (Messi, Nadal, Ronaldo), no fue bajo estas condiciones con redes sociales, memes y haters”, agrega.   

En ese contexto, ¿está mal que los y las atletas digan basta? ¿Qué quieran bajarse o denuncien a ese sistema? ¿Qué los deportistas de antes hayan aceptado algunos abusos sin hacer nada implica que los de hoy sigan ese camino? Vale decir que no es que la generación anterior no se queje de los abusos. En la previa de su título 14 en Roland Garros, Nadal dijo que preferiría que le den un pie nuevo antes que ganar un nuevo trofeo. El español agregó estar muy preocupado por como quedará su cuerpo cuando se retire.    

En ese sentido, desde las ciencias sociales se aclara que no se trata de jóvenes caprichosos. Los integrantes de esta generación de cristal poseen una característica que contradice a esa denominación. Tienen una inteligencia emocional que les permite conectarse de manera más empática con los demás y con sigo mismos. En otras palabras, identifican lo que les molesta y lo que los hace sentir bien. Esa sensibilidad les permite tomarse un tiempo para decir lo que sienten.

En el campo deportivo (hablando en términos de Bourdieu) los éxitos están asociados a una mayor acumulación de capital simbólico. La manera de conseguir estos logros es a través del esfuerzo. Sin dedicación extrema no se puede ganar. Es decir, para ganar hay que dar el 110 por ciento las 24 horas del día. Incluso el descanso debe estar regulado. La desconexión con lo que se está haciendo es imposible. Se es atleta de alto rendimiento todo el día y en todo lugar.

Con esas premisas se crio la generación anterior. La nueva parece venir a decir no quiere vivir de esa manera. Que el cuerpo humano tiene límites. Que a veces el fin no justifica los medios.

Así, la gimnasta Simon Biles se arma de valor para decir que no irá en busca de más medallas en un Juego Olímpico por que no se siente preparada mentalmente. La tenista Naomi Osaka les pide clemencia a los micrófonos y llama la atención sobre la presión a la que se la somete. De hecho, son estas iniciativas las que han permitido que en el deporte se hable sobre temas como la depresión, cuestión tabú hasta hace un tiempo.   

Sensibles y empáticos, los y las deportistas modelo siglo XXI vinieron a poner sobre el tapete discusiones que antes no estaban. El problema se presenta cuando se los compara con los anteriores o cuando se los trata de medir con parámetros que no se corresponde con el contexto en el que viven. Ni peor ni mejor, la nueva generación de atletas parece estar hecha de algo más que solo de cristal.

 

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