
La “Cultura del Aguante” cada vez cobija más elefantes en el bazar
La humanidad tarda mucho en darse cuanta de que algo se rompió. La degradación pasa desapercibida hasta que se vuelve tan grande, que ya no queda nada por hacer.
Los romanos no divisaron la caída de su imperio hasta que la edad media les estalló en la cara. Europa se dio cuenta de que el nazismo era una mala idea para contener al comunismo, cuando Hitler y los suyos ya se habían comido tres países. Una gran parte de la población mundial descubrió la importancia de tener un sólido sistema de salud cuando una pandemia empezó a diezmarla diariamente sin clemencia.
Con el fútbol argentino pasa algo similar. Se va erosionando de a poco. Con el paso del tiempo cosas inadmisibles se vuelven normales. Hay tantos elefantes en medio del bazar ya no sorprenden.
El domingo pasado, un jugador de Vélez tuvo que pedirle perdón a su propia hinchada después de hacer un gol. José Florentín descargó toda su bronca al anotar ante Tigre. Hizo el gesto del “Topo Gigio” y rezó una puteada al aire. El marco era hostil, porque la gente del “fortín” se había pasado la tarde cantando contra la dirigencia y murmurando cada vez que algo salía mal adentro de la cancha. No hubo aliento ni apoyo.
De más esta decir que la hinchada no se tomó de la mejor manera el gesto del paraguayo. Los insultos llovieron desde los cuatro costados del José Amalfitani. Estos solo se calmaron un poco, después de varios pedidos de disculpas del delantero.
El episodio no pasó desapercibido para las cámaras de televisión. Los periodistas fueron a buscar a los simpatizantes sobre el final del partido para que opinaran sobre este tema. Todos pidieron la cabeza del paraguayo, cual si fueran la reina de Alicia en el país de las Maravillas. Para los habitantes de la tribuna velezana, Florentín “le faltó el respeto a la gente”.
Es curiosos lo que hace la perspectiva. Las mismas personas que se pasan dos horas señalando, insultando, lanzando improperios -cuando no proyectiles- y escupiendo gente, acobijados en el anonimato de la masa, exigen respeto. Piden que no se los toque con el simple argumento de: “con el hincha no”. ¿Cuál es el origen de tamaña impunidad? ¿Por qué con el hincha no? ¿De donde viene ese privilegio de un trato predilecto? ¿Por qué se les permite comportarse por fuera de ley?
Las canchas riocuartenses no son ajenas a estos fenómenos. En el Candini o en el 9 de Julio, se puede ver domingo a domingo. Incluso a funcionarios públicos, caer en actos que violentan cualquier código ético. Se paran al lado del alambrado para escupir a un jugador del equipo contrario que está siendo atendido o recorren media cancha (siempre resguardados por el tejido) persiguiendo al juez de línea para insultarlo ¿Qué pasaría si ese lineman decidiera visitarlo en su oficina, se le parara al lado y lo escupiera durante dos horas?
Pablo Alabarces uno de los sociólogos que más ha trabajado con el fútbol en Argentina, sostiene que la violencia en las canchas no es algo sólo de un grupo de actores anormales, externos a lo que allí se vive. La figura del Violento sirve muchas veces como escusa para no hacerse cargo de cuestiones más profundas.
Alabarces sostiene que el problema no está en el Violento. No es una cuestión individual, sino que las actitudes violentas están contenidas por fenómenos culturales que cobijan estas actitudes. Se espera que un simpatizante putee a los rivales. Estos significados se entrelazan con el fútbol desde antes de que se pusiera de moda el sustantivo “barrabrava”.
Distintos investigadores han encontrado antecedentes de hechos de violencia en las canchas argentinas datan de 1920, cuando el fútbol recién comenzaba en estas tierras. Según estos autores, los motivos de esos primeros incidentes tenían que ver con el honor (Si mi club pierde el que pierde soy yo) y la injusticia (El señalamiento del árbitro como el culpable de la derrota).
Es en esos primeros momentos en que aparecen los primeros rasgos de la cultura del aguante en el fútbol argentino. La idea de que el club y el hincha se mimetizan. Sin el hincha no existe el club. Es el hincha el que da todo y no recibe nada a cambio, sólo las las alegrías del triunfo.
Cobijada en esa lógica de que su presencia es indispensable, la figura del “hincha” fue tomando cada vez más relevancia en el imaginario del fútbol. De hecho, en los 90, nació un programa que se llamaba “El Aguante” que celebraba muchas de las “alocadas ocurrencias” de los simpatizantes. Poco a poco el concepto del “folklore” fue abarcando cada vez más conductas cuestionables. El insulto hecho canción es “creatividad” y La discriminación de cualquier tipo entonada por una hinchada forma parte del “color” de un partido.
Esa cobija cultural que tiene el fútbol para con la violencia cada vez es más grande. Antes cuando caía un proyectil a la cancha, se dudaba sobre seguir jugando o no. “¿Vamos a esperar a que tengan buena puntería?”, decían los comentaristas reprochando que no se suspendiera el encuentro. Hoy los objetos voladores directamente golpean a los protagonistas y se les exige que sigan con el partido, salvo que estén totalmente inconscientes.
El “Aguante” le da al hincha la posibilidad de ser intocable. En una tribuna vale todo. El que está adentro de la cancha no es una persona que está haciendo su trabajo. Es el arlequín al cual se le puede decir y hacer todo lo que no le haríamos a alguien que camina por la calle y tiene posibilidades de devolver el golpe.
*Para los interesados en la temática de la violencia en el fútbol el autor deja este link del video de una entrevista a Pablo Alabarces.
La «cultura del aguante» y el fútbol como «último refugio del patriarcado»: Con el sociólogo argentino Pablo Alabarces
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