Boicot

Nuestro colaborador, Juan el Extenso, viaja a la década de 1980 para recordar aquellos tiempos en que la Guerra Fría se calentó en los Juegos Olímpicos

“Boicot”, es una palabra que en el olimpismo sonaba a vieja. Había quedado olvidada en los años 80 del siglo pasado. El muro de Berlín ya se cayó, el capitalismo triunfó y los Juegos son un negocio demasiado rentable para andar complicándolos con cuestiones políticas. Pero, para sorpresa del COI, a Estados Unidos se le ocurrió volver a pronunciarla.

El primer lunes de diciembre La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, confirmó el boicot diplomático que el país del norte le realizará a los Juegos Olímpicos de Invierno del año que viene en Beijing. El motivo son las violaciones a los derechos humanos cometidas por el gigante asiático en la región de Sinkiang. A Estados Unidos se le plegaron algunos de sus socios como Australia y Canadá.

Sin meterse demasiado en la historia de China -eso llevaría más de 500 notas- la región de Sinkiang está ubicada en el noroeste del país. Limita principalmente con Kazajistán, Mongolia y Afganistán. Antes de ser totalmente anexada por la República Popular China, la región era el hogar de la etnia uigur.

Los uigures son musulmanes y se ven a sí mismos como una etnia y cultura más cercana a las naciones de Asia Central que a China. Viven fundamentalmente en Sinkiang, que oficialmente se denomina Región Autónoma Uigur de Sinkiang, una región autónoma como lo es Tíbet en el sur.

Siempre en conflicto, los últimos problemas se desataron cuando se conoció la noticia de que el gobierno chino estaba persiguiendo a familia uigures y deteniéndolos en campamentos de reeducación. El nombre de estos lugares parece salido de una película ciencia ficción futurista o -en una extraña parábola- de una de la segunda Guerra Mundial.

Los escalofríos que se presentaron en el COI al oír de nuevo de la palabra “boicot”, se apaciguaron un poco cuando vieron que la acción sería “diplomática”. Esa sola aclaración bastó para calmar las aguas. Los atletas estadounidenses estarán en China. Los que no irán son los políticos que, en general, sobran en este tipo de eventos. No son ellos los que permiten vender derechos televisivos. Eso sí, al Comité no le gusta mucho eso de ver la política metida en los Juegos, pero tampoco le dirá mucho a Estados Unidos, uno de sus miembros más importante.

El actual boicot sería mucho menos drástico que los que se vivieron 40 años atrás. El más recordado es el ordenado por el presidente estadounidense Jimmy Carter. Uno de los mandatarios menos populares que tuvo el país del norte decidió que lo atletas no acudieran a la cita máxima del deporte que se realizó en Moscú en 1980. Además, les pidió a sus socios de bloque que tampoco acudieran. Eran tiempos de Guerra Fría y el mundo estaba dividido en dos bloques, el capitalista (con E.E.U.U y sus colegas de la Otan) y el comunista (La U.R.S.S y sus satélites)

El motivo fue la invasión de la Unión Soviética a Afganistán. El país de medio oriente fue una de los tantos territorios por los que pelearon en el siglo XIX Inglaterra y la Rusia Imperial. Rebelde e inconquistable, el -en ese entonces- emirato resistió. Después de la Primera Guerra mundial y la revolución comunista, afganos y soviéticos empezaron a cooperar. En 1978, ya convertida en república y- después de un golpe de estado- Afganistán se unió al bloque socialista.

Al poco tiempo de llegar al poder, el nuevo presidente, Nur Mohammed Taraki, radicalizó algunas de sus políticas. Entre medio de purgas y reformas, empezó a chocar con el problema de querer implantar en un pueblo musulmán, un paradigma cuya filosofía de base era principalmente atea. Al cruce le salieron grupos de muyahidines (“luchadores de/por la fe”) que se rebelaron enarbolando la bandera de la religión, pero en realidad defendiendo también sus usos y costumbres seculares. El resultado fue una guerra civil.

Intentando terminar con las revueltas, el Comité de Ministros de la U.R.S.S decidió que la mejor solución era repetir el modelo implementado en Hungría y Checoslovaquia (visto desde ahora, ninguna de esas invasiones salió bien, no se entiende mucho porque lo repitieron tanto). Así, en diciembre de 1979, las tropas Rojas empezaron a recorrer el territorio afgano.

Estados Unidos lo vio como una agresión en el marco de las tensiones entre ambos bloques. La respuesta de Carter llegó en enero de 1980. Allí, avisó que si en el transcurso de un mes, las tropas soviéticas no se retiraban de Kabul, Estados Unidos no se presentaría en Moscú. Incluso presionó para cambiar la sede.

Por si hacía falta, entre tanta tensión, Michael Killanin, presidente del COI, declaró: “Solo una tercera Guerra Mundial puede impedir que Moscú sea la sede”. Una muestra de sobriedad, teniendo en cuenta que los participantes tenían suficiente armamento nuclear para calentar la Guerra Fría en un instante. El británico es recordado como uno de los peores mandatarios del COI. Asumió poco antes de la tragedia de Múnich 1972, estuvo a cargo durante el fracaso comercial de Montreal 1976 y anunció su renuncia poco antes de la cita de Moscú, totalmente debilitado por el boicot.

Poco antes de los Juegos, Killanin se reunió con Carter y su par soviético Leonid Brezhnev intentando destrabar la situación, pero no hubo caso. Esta vez el deporte no pudo torcerle el brazo a la política. Moscú 1980 sería la sede del primer Juego Olímpico de la historia en un país comunista.

Si bien Carter intentó a arrastrar a todos su aliados al boicot, no lo consiguió del todo. Gran Bretaña, país de origen del presidente del COI, dejó a sus atletas decidir y muchos de ellos participaron bajo la bandera olímpica. Mismo camino tomaron Francia y Australia. Hubo casos curiosos, como el de España, que estaba en plena transición tras el final del Franquismo. Los ibéricos asistieron, porque contaban con que el empresario catalán (y falangista), José Antonio Samaranch sería el sucesor de Killanin, algo que finalmente pasó. Otra curiosidad es la de China. Pese a ser comunista, los asiáticos no se llevaban bien con los soviéticos (izquierdistas peleándose entre ellos ¿No les suena conocido?).

Otro de los países que no asistió fue Argentina. La dictadura militar le debía demasiado a Estados Unidos. En un exceso de obsecuencia (chupamedismo para hablar claro), los altos mandos dieron la orden y el presidente del COA, el Coronel Antonio Rodríguez les dijo a los atletas argentinos que ahora les tocaba sacrificarse a ellos por la libertad en el mundo. El anuncio fue en mayo, a solo dos meses de los juegos. Con la decisión se llevó puestos los sueños de muchos deportistas. Entre ellos los de la selección de fútbol masculino que había armado César Luis Menotti. También los de básquet, que había conseguido su clasificación en un durísimo torneo en Puerto Rico. Ese certamen pudo haber significado la vuelta a las grandes citas del básquet nacional después del título mundial del 1950. El equipo tenía la base de Obras Sanitarias, que había sumado la asesoría del técnico yugoslavo Ranko Zeravica y contaba con una base de jugadores que había ganado el Sudamericano después de mucho tiempo. Pasó algo similar con el hockey. El seleccionado femenino tenía mucho potencial y, de haber participado, podría haber cosechado una medalla en el certamen que ganó…Zimbawe.

Sin los estadounidenses (ni los argentinos) los Juegos se inauguraron el 19 de julio de 1980 en el estadio Lenin, hoy Luzhniki. A pesar del boicot, la mole de cemento cercana al Río Moscova fue el escenario de uno de los duelos más recordados del olimpismo. Los Británicos Steve Ovett y Sebastian Coe se retaron a duelo en los 800 y los 1.500. Ovett se llevó la primera prueba, pero Coe ganó la segunda de manera sorpresiva y empezó su camino a convertirse en una de las leyendas del atletismo.

Nadia Comaneci siguió tirando magia en la gimnasia, aunque ya no fue la de Montreal. El cubano Teófilo Stevenson ganó su segundo oro en el boxeo. Yugoslavia brilló en el básquet masculino dirigido por el propio Zeravica. Alemania Oriental, con su dopaje a cuestas, terminaría segundo en el medallero detrás de la U.R.S.S, que mostraría su podría.

Pero la herida del Boicot nunca cerró. Cuatro años más tarde, bajo el mando de Constantin Chernenko, la U.R.S.S comunicó que no participaría de los Juegos de Los Angeles 1984. El comunicado oficial adujo que en Estados Unidos había un sentimiento anti soviético peligroso, pero la decisión sonó más a una revancha. Además de los moscovitas, no viajaron a California 13 de las naciones satélites, entre ellas, Afganistán. Argentina si estuvo en L.A. pero no fue de sus mejores participaciones. Estados Unidos arrasó en el medallero, tal como lo parodia un capítulo de Los Simpsons, en el que Hamburguesas Krusty decide ofrecer una promoción por cada dorada que ganaran los atletas yanquis.

Samaranch -ya presidente del COI- intentó evitar el Boicot, pero los mandatarios, Ronald Reagan y Constantin Chernenko no suavizaron sus posiciones. Más allá de la no participación de la U.R.S.S los Juegos fueron un éxito.

Si bien no pudo evitar el boicot, Samaranch sentó en Los Angeles las bases para evitar que la política volviera a intervenir en los Juegos. Lo hizo, convirtiéndolos en una máquina de ganar dinero. Allí nacieron los JJ.OO que conocemos hoy, espectáculos al servicio del billete. Es por eso que Estados Unidos mandará a sus atletas a China. La protesta será simbólica, porque el show -sobre todo si da dinero- debe continuar.

 

Juan el Extenso, especialista en historias vetustas