
Medvedev le arruinó el festejo a Djokovic y se puso el traje del malo de la película. Siempre atractivos, los “chicos malos” son necesarios en el deporte
“Quiero que todos sepan, cuando se vayan a dormir, que gané gracias a ustedes, que gritaron en mi contra. Cuanto más lo hagan, más voy a ganar. Ustedes me dieron la energía que necesitaba. ¡Gracias!”, le dijo al público neoyorkino hace dos años, Daniil Medvedev, luego de derrotar a Feliciano López en el US Open. Dos años más tarde, el ruso volvió a ser el villano de todo Flushing Meadows. Cuando todos esperaban que Novak Djokovic coronara su 2021 ganando los cuatro Grand Slam, apareció este hombre de hielo, este chico mal irrespetuoso y se llevó su primer trofeo grande.
El filósofo José Pablo Feimann suele decir que los villanos en el cine atraen, porque son los dinamizan las historias. Una película sin un malo de esos bien malos, pierde intensidad. Muchas veces, los personajes inician las historias ¿Qué sería del cristianismo si Judas no hubiese traicionado a Jesús?
En el deporte pasa más o menos lo mismo. Los “chicos malos” suman igual de adeptos que los “chicos buenos”. Los héroes no serían lo mismo, si no tuvieran un antagonista que se saliera del libreto. El “humilde” Messi es en tanto y en cuanto existe el Cristiano Ronaldo enamorado de si mismo; el “correcto” Guardiola es porque convivió con el “insolente” Mourinho; el “honrado” Menotti es, porque también es, el Bilardo “tramposo”.
Medvedev no es el primer “chico malo” del tenis. Con sus matices, John McEnroe, fue uno de ellos. Alguna vez fue expulsado como socio de Wimbledon por sus protestas ampulosas para con los árbitros. Jimmy Connors fue un emblema de los villanos y hasta se autodefinió como un chico malo. Más acá en el tiempo, apareció Lleyton Hewitt. Despreciado públicamente por casi todo el mundo del tenis, el australiano fue amado en secreto por todos y se transformó en necesario para llenar las canchas antes de la llegada de los tres grandes.
Medvedev parece llenar ese vació que se había generado desde que Federer, Nadal y Djokovic se apoderaron del tenis. Su físico y su manera de moverse hacen recordar a su compatriota Nikolay Davydenko. Si bien parece un poco más dúctil, tiene esos movimientos robóticos propios del estereotipo ruso que se tiene en occidente. A sus 25 años, ha desarrollado un carácter podrido y volátil. En algunos torneos, sus reacciones han generado que su entrenador, Gilles Cervara, abandone la cancha, cansado de sus faltas de respeto.
Esas características la tienen muchos tenistas en la actualidad, pero lo que hace diferente a Medvedev (como antes pasaba con McEnroe, Connors o Hewitt) es los mismo que separaba al Guasón de cualquier sádico que se disfrazaba de payaso en Ciudad Gótica: son buenos en lo que hacen. El ruso es un gran jugador de tenis. Tiene un saque tremendo, una derecha desequilibrante, mucha potencia y una capacidad táctica puesta al servicio de un objetivo concreto, que es ganar. “Muchos dicen que mi juego es aburrido o que parezco un robot, pero en realidad no me importa. Lo único que yo quiero es ganar”, confesó cuando ganó el Masters a fines del año pasado, tachando a Djokovic, Nadal y Thiem.
El ruso jugó un US Open casi perfecto. En la final le importó muy poco que todo el mundo quisiera su derrota. Al estilo del Guasón de Heath Leadger, fue implacable. No hubo puertas abiertas para una reacción de Djokovic. Pero eso sí, ya no es el mismo joven de 2019 y ahora su coach mental, Francisca Dauzet. Es un “chico malo”, pero eso no le impide ganar, ni ser caballero con sus colegas. Cuando terminó el partido, se vistió del Guasón de Jack Nicholson y con mucha clase le dijo al serbio: “Para mí sos el mejor jugador de todos los tiempos”.
La aparición de Medvedev fue bien recibida por la ATP. Más allá de sus exabruptos, el ruso tiene sus adeptos. Los “chicos malos” también convocan. La gente va a la cancha para verlos y también paga abonos televisivos y de streaming. Los villanos suelen vender bien.
En el deporte y en el cine, los villanos como Medvedev son necesarios. Les dan color a las cosas. El problema con los villanos, es que a veces algunos adoptan sus posturas y las trasladan a la realidad. Aprovechando “su capacidad de venta”, crean personajes peligrosos y los convierten en alternativas políticas, que incluso, la gente vota.
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