Previando Tokio II

Segunda entrega de Tinta Deportiva sobre lo que serán los Juegos Olímpicos. Al final de la nota, la agenda de los argentinos en Tokio

Amor por los colores y adicción por la victoria, esas son las razones por las que la ciudadanía argentina media (si es que eso existe) mira otro deporte que no sea fútbol. Ese coctel, más cierta cuota de curiosidad, harán que, con el comienzo de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, se desregulen todos los horarios.

La naturaleza y la convención hacen a los meridianos implacables. Con Japón, a Argentina la separan doce horas, cuando aquí dormimos, allá viven.

Quienes se sienten a las cuatro de la mañana a ver una prueba de decatlón, una escalada o una serie de surf lo harán con el deseo ferviente de que el compatriota gane una medalla. Como si hacer eso fuese fácil.

La delegación argentina cuenta con 186 atletas. Son 130 hombres y 56 mujeres. Lejos está de la Río en 2016 (fueron 213). Esa comunidad deportiva deberá hacer quedar bien al país. Un ex presidente dijo alguna vez que los “argentinos estamos condenados al éxito” y en el deporte, hay una creencia cabal de que esto es así. En argentina, bancarse ser segundo no es ser campeón, más allá de que Cris Morena hay lucrado con esa idea en los 90.

Así, no importa de que disciplina se trate, Argentina debe ser la mejor, porque así lo manda dios o algún otro concepto sin definición clara. Esa es la idea con la que gran parte del público albiceleste se sienta a mirar los Juegos Olímpicos y así lo hará en Tokio.

Futbolizados, en Argentina no se entiende bien que ser una potencia en un deporte, no te hace el mejor en todos. En olimpismo, el país está un poco mejor que en el plano económico. Ocupa el puesto 34 del medallero total con 74 medallas y es el cuarto del Río Bravo hacia abajo. Estados Unidos lidera la tabla histórica con 2.520 y Cuba es el mejor latinoamericano con 226 (algo bueno tiene el comunismo, no).

Según expertos, para ser potencia olímpica hay que tener tres cosas. Talento (cuestiones más bien genéticas), condiciones materiales de existencia adecuadas (demográficas, sociales, políticas, culturales, económicas, etc) y planificación. En muchas disciplinas, Argentina carece de las tres patas. En otros tiene el talento, pero faltan las condiciones materiales. En la mayoría no hay planificación.

Para muestra vale un botón. En la previa de estos Juegos, el influencer Santiago Maratea tuvo que ser una mezcla de Dumbledore, Gandalf o Yoda para ayudar a una delegación de atletas a viajar al Sudamericano de Guayaquil y allí buscar sus marcas.

Sumada a esa desorganización histórica del deporte argentino (salvo excepciones puntuales), en esta edición se sumó el coronavirus. Si ya estaba en cierta desventaja, la comunidad deportiva de estas tierras sufrió mucho los coletazos del virus. Las competencias demoraron mucho más en volver y no tuvieron los suficientes recursos para poder viajar a contender en otros lugares. Por estas razones algunos ni siquiera pudieron buscar su clasificación. Esto le pasó al lanzador de bala local, Ignacio Carballo.

Las Leonas y los Leones son dos equipos que tienen, en la previa, chances de medallas, pero mientras sus grandes rivales (Países Bajos o Australia) competían, las dirigidas por Retegui y los pupilos de Mariano Ronconi sólo entrenaban y con restricciones. El Metropolitano de hockey, torneo de mayor trascendencia del país, no ve un partido oficial desde 2019.

Que Argentina sume una medalla en un Juego es extraordinario. En este lo será aun más. Pero quien crea que un Juego Olímpicos se trata sólo de una cuestión de medallas, es un recién llegado o una recién llegada. Es como quien se sumó a escuchar Trap por que la vicepresidenta lo nombró a L-Gante y considera que son solo rimas y fraseos hechos para ganar plata.

Agenda de los deportistas argentinos

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