
La pelota no se mancha… se decora
Nuestro querido Luis Schlossberg toma por asalto Tinta Deportiva en un ensayo sobre como las gambetas de Maradona cobran vida en la pluma de Casiari y Helmut Ditsch se inspira con esa criatura emocional que es el Cholo Simeone. El deporte y el arte se mezclan en todos lados, Desde el Camp Nou hasta las mesas de Casín riocuartenses
Ya en “Viejo con árbol”, el “Negro” Fontanarrosa nos hablaba de cómo en cada momento de un picadito de fútbol se podía sentir el arte. El teatro, la danza, la música, hasta la pintura se veían reflejados en el cotejo deportivo. Intentaremos meter mano a las palabras que solemos encontrar en las crónicas deportivas para sentirnos en la salsa, y que el espacio de “Tinta Deportiva” no se sienta ajeno.
Devolviendo gentilezas a mi amigo Agustín Hurtado es que me acerco a este sitio tratando de hablar de la incidencia de la actividad física en las expresiones artísticas, y viceversa. No es necesario caer en el recuerdo de participaciones de Carlos Monzón en el séptimo arte, o en el vinilo con los grandes éxitos musicales del gran Guillermo Vilas, pero es que quien sabe disfrutar de una buena película, el que encuentra una belleza especial en una gran pintura, o cierra los ojos y se entrega al trabajo de una sinfónica, sin dudas también disfruta del placer de ver a los atletas que saben, hacer lo suyo.
Claro está que ver a Messi llevar es esférico (de nuevo recurrimos a la jerga), es un placer único. Mucho se ha escrito sobre esto, como en los cuentos del genio de Hernán Casciari. Al mismo Diego le han dedicado cientos de canciones, en el género que se les ocurra, desde Rodrigo a Mano Negra. Hasta el inigualable Berni con su cuadro “Club Atlético Nueva Chicago”, inmortalizó en la pintura la pasión de multitudes. El cine nos presentó a Discépolo haciendo de un inolvidable “Hincha”, y en muchos momentos de las novelas de Sacheri se hace referencia a la pasión del fútbol.
Helmut Ditsch, el argentino que tiene el récord por la obra argentina vendida más cara, le dijo a Casa Tomada en una entrevista que pronto podrán ver en nuestro espacio, que el deporte “es fundamental para entender mi actuar artístico, la tridimensionalidad y la fuerza emocional que tiene mi pintura está relacionada a toda mi vivencia”. El nacido en Ballester y ahora residente de Liechtenstein, conocido por su práctica en deportes extremos, nos dice: “No siento ninguna diferencia entre la acción de pintar y la de subir una montaña, porque desde muy pequeño tuve la necesidad de descubrir el sentido del arte y de la vida, y a la hora de comunicarlo no me alcanzaban las palabras”.
Es que está ahí, es claro. Están íntimamente vinculados, en la pasión, en los momentos de inspiración, y en el goce estético que ambos pueden generar: arte y deporte. Decía que es claro encontrar placer a la hora de ver a Lio, pero también lo está en el Cholo, que de la nada saca de la galera un cambio de frente que enmudece a los tres pibes que fueron a ver el partido; o en el Zurdo González, que mete un “uno-dos” y un quiebre de cintura al mejor estilo Billy Elliot en una velada de club de barrio; o en las carambolas del viejo Matías entre el humo de los históricos del casín; está en el olor a “Átomo” en el vestuario y en la arenga del capitán del equipo de un equipo de rugby de la “D” antes de entrar al encuentro.
No es fácil detectar la poesía de esos momentos en los que la cancha, llena de pozos y cubierta de barro, obliga a los atletas a presentar los peores pasajes de un enfrentamiento. Pero quien tiene el ojo entrenado, encuentra el arte en cada rincón del campo de juego, en cada gota de sangre que cae del raspón tras un duro cruce, en cada marca verde de pasto que queda en el blanco pantalón, en los ojos perdidos del jugador que dejó todo en el partido, en el tercer tiempo de ambos equipos unidos por su amor al deporte, y en las idas y vueltas de la pelota que en la cancha embarrada no se mancha, se decora.
Por Luis Schlossberg, coordinador del sitio “Casa Tomada”
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