Deporte y dictadura, una relación carnal
El 24 de marzo de 1976 a las 10.55, en las radios argentinas se difundió el comunicado número 23 de la junta militar: “Se pone en conocimiento público que se ha exceptuado de la transmisión de la cadena nacional, la propalación programada para el día de la fecha del partido de fútbol que sostendrán las selecciones de la Argentina y de Polonia”. Así, en las primeras horas del último gobierno militar que tuvo el país, la única actividad que no se vería interrumpida sería el fútbol.
Ese primer acto marcaría el rumbo que el gobierno de facto tomaría con respecto al deporte. Sería un soporte fundamental para la propaganda de su régimen y serviría para desviar la atención de la cacería humana que iniciarían.
No fue la primera vez que el deporte sirvió a esos objetivos. Los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936 son uno de los ejemplos más claros.
El deporte tiene un alto contenido nacionalista. Desde sus comienzos en la Antigua Grecia, servía para unificar a los ciudadanos de la polis detrás un mismo sentimiento. Con llegada de la Modernidad y la aparición del concepto de Estado-Nación, esta faceta del deporte creció.
El deporte presenta una versión de la guerra, pero en tiempos de paz. Fortalece una identidad común, generando la sensación de una hazaña colectiva. Es un “ellos” contra “nosotros”, sin la necesidad de la violencia. Una oportunidad de medir las virtudes de la Nación a la que se pertenece. El deportista representa a la Nación, viste sus colores, sostiene sus emblemas y la antepone a las metas personales. El logro deportivo siempre es algo colectivo. La selección es el equipo de todos y todos se suben al ring con el campeón.
Ese carácter unificador fue explotado al máximo por la dictadura militar, que supo aprovechar una época en la que el deporte argentino disfrutaba de un momento particular. Todavía quedaban rastros de la inversión peronista en el deporte. Además, el destino quiso que los nombres de Videla, Massera y Agosti se cruzarán con los de Menotti, Vilas y Monzón.
El mundial de fútbol de 1978 es el símbolo de la relación carnal que la dictadura tuvo con el deporte. La Junta vio en el torneo la mejor oportunidad para demostrarle al mundo que los argentinos eran derechos y humanos. Torturadores y torturados celebraron los goles de la selección dirigida por un ex afiliado al Partido Comunista que condenó al Golpe de Estado. Mientras los falcón verde “chupaban” gente, los papelitos bañaban el césped del Monumental.
Unos meses antes del de fútbol, los militares hicieron la prueba piloto con otro mundial, el de hockey sobre césped masculino. Se jugó en el Campo Argentino de Polo. Al igual que en el de fútbol, Holanda también perdió la final, pero esta vez ante Pakistán. Argentina terminó octavo. Sin la impronta popular del fútbol, el torneo pasó más desapercibido. Pero igual que el certamen que ganaron los capitaneados por Passarella, dejó sus historias y mitos. Los holandeses Ron Steens y Hans Jorritsma visitaron a las madres de Plaza de Mayo y este último se negó a recibir la medalla de manos de Videla.
Unos meses antes, en septiembre de 1977, el presidente de la Junta viajó a Estados Unidos para reunirse con el presidente James Carter. Aprovechó el paseo para reunirse con el ícono del deporte argentino de finales de los 70: Guillermo Vilas. El marplatense revolucionó al tenis argentino e hizo que muchos chicos quisieran una raqueta en vez de un botín. Sus mejores años coincidieron con la dictadura. Entre 1977 y 1979 ganó cuatro Grand Slam y fue el protagonista de numerosas series de Copa Davis. Su encuentro con Videla fue en la previa de su único título en el US Open.
Involuntariamente, Vilas fue una de las caras deportivas de la última dictadura. Su imagen fue expuesta como representante de la clase media exaltada, del glamur del jet set internacional y de la fantasía del gobierno militar de una Argentina económicamente exitosa integrándose al “primer mundo”. Un tiempo después del US Open, Argentina enfrentó a Estados Unidos en el Buenos Aires Lawn Tennis por la Davis. Vilas ganó y Videla no perdió la oportunidad de figurar. Una crónica New York Times remarcó que: “en un país donde el terrorismo y la convulsión política a menudo producen titulares internacionales, el matiz nacionalista del partido fue confirmado por la agitación de banderas y la presencia . . . de Videla”.
Unos meses después del comienzo del golpe, Diego Maradona hizo su debut en primera división. El Diego, sin querer, fue uno de los instrumentos predilectos de la dictadura.
Fue campeón juvenil con la selección en 1979. Entre otras cosas, la conquista generó un grupo de personas fueran a festejar en frente de la Casa Rosada y vitorearan a Videla.
Después, el Diez debutó en un mundial de mayores, en 1982, con la guerra de Malvinas sangrando. Otra vez su figura fue utilizada para desviar la atención de otra de las locuras de la junta.
Para finales de los 70, el boxeo y el automovilismo también ofrendaban involuntariamente sus logros a la propaganda deportiva militar. Carlos Monzón y Víctor Galíndez dominaban a sus rivales en el cuadrilátero y Carlos Reutemann comenzaba su camino buscando emular a Juan Manuel Fangio. El propio quíntuple tiene sus fotos junto a Videla y carga con acusaciones sobre sus acciones frente a la desaparición de obreros de la Mercedes Benz, cuando fue su presidente durante la dictadura.
La propaganda deportiva encontró su eco en la prensa de aquellos años. No sólo en El Gráfico y en los demás medios especializados, sino también en las revistas de actualidad, que hicieron tapa los logros de los atletas argentinos. “Un orgullo argentino. Moro campeón mundial”, dice uno de los títulos de la tapa de “La Grasa de las Capitales”, el álbum de Serú Girán de 1979 cuya artística es una sátira de la portada de la revista Gente.
Esa misma prensa dejó de contar el lado B de la relación del deporte con la dictadura. Más de 220 deportistas fueron desaparecidos o asesinados entre 1976 y 1983. Atletas, ciclistas, rugbiers, tenistas, futbolistas, ajedrecistas y jugadoras de hockey, entre otros, fueron victimas de Videla y los suyos. En Río Cuarto, el fútbol atravesó las vidas de dos de los desaparecidos, José Duarte y José Svaguza.
Duarte fue visto por última vez en el funesto marzo del 76. Mientras el país se sumergía en un abismo oscuro, Estudiantes arrancaba la campaña que lo llevaría a un nuevo título regional, con Antonio Rattín en el banco.
En 1976 el país se cayó por un pozo sin fondo. El deporte fue utilizado para inventar iluminar ese pozo de manera artificial. Entre el 76 y el 83 el deporte perdió su lado más amable y se transformó en un instrumento. “Se acabó ese juego que te hacia feliz”, cantó Charly García. En el país de Videla, hasta las canchas se ensombrecieron.
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