El deporte es salud

La frase “Mens sana in corpore sano” se originó en la antigua Roma y fue acuñada por muchas asociaciones deportivas. La profesionalización y la sobre exigencia han deformado su significado

“El deporte es salud, pero el deporte profesional no es salud”, le dice Andrés Nocioni a Fabricio Oberto sentados en un bar, mientras comentan los dolores crónicos que les dejaron sus carreras como atletas de alto nivel. La escena pertenece al documental Reset. Estrenado el año pasado en la plataforma Cinear, el film retrata la vida del ex jugador de Atenas luego del retiro.

La conversación con Nocioni no es la única que gira en torno a las huellas que tiene Oberto en su físico, luego de formar parte de uno de los ciclos más importantes del básquet a nivel nacional. Allí aparece también Alejandro Montecchia, uno de los bases de aquella selección, aquejado por una cadera que ya no resiste siquiera correr.

La relación entre el deporte y la salud en la sociedad occidental nació en los tiempos de los griegos y fue retomado por los romanos. “Mens sana in corpore sano”, escribió Décimo Junio Juvenal en una de sus sátiras. Pensador y literato romano, dejó para la historia una frase que sería símbolo de muchos clubes en todo el mundo.

La máxima de Juvenal se inscribe en la tradición que pone el acento en el equilibrio de la mente y el cuerpo para gozar de una vida plena. Unos siglos después, Pierre de Coubertin la utilizó como una de sus frases de cabecera para promover los Juegos Olímpicos Modernos.

En el libro Antropología del Deporte, Niko Besnier, Susan Brownell y Thomas Carter relatan que los “padres de la medicina occidental” señalaron al deporte como una de las fuentes de salud. Aclaran -eso sí- que tanto Hipócrates primero, como Galeno después, no consideraban a los y las atletas como modelos a seguir.

Para ellos la salud tenía que ver con el equilibrio del cuerpo. Alguien estaba sano o sana cuando los elementos vitales estaban en línea. Cualquier exceso, incluido el de la actividad física, destruía esa estabilidad.

Los y las atletas llevaban al límite su cuerpo intentando ser más fuertes, más resistentes y más veloces. Esa búsqueda generaba daños irrecuperables y deformaciones que conspiraban contra la idea de una persona sana.

Muchos siglos después, el debate sobre los excesos de la actividad física continúa. El tenista Rafael Nadal ha puesto muchas veces sobre el tapete lo que sufren los atletas debido a los calendarios y las exigencias de un mercado que siempre los necesita activos. “¿A qué edad vamos a acabar nosotros en el tenis? ¿A los 28, 29 o 30? Luego, te queda mucha vida por delante y es importante también como estés físicamente y ahora tengo miedo de que entonces no podré ir a jugar con mis amigos al fútbol o esquiar. Terminar tu carrera con dolor en todos los sitios del cuerpo no es positivo”, disparó hace unos años el español.

El exitismo constante que rodea el deporte genera una exigencia aún mayor en sus protagonistas. Desde que empiezan sus carreras -incluso antes- los y las atletas reciben el mensaje. Deben ser los y las mejores. Una vez ingresados en el profesionalismo, todos los aspectos de su vida comienzan a ser regidos por pautas de conducta estrictas. Debe ser el número uno y para eso no hay que frenar.

El mercado deportivo actual requiere de superatletas que sean capaces de romper los límites. Son ellos y ellas quienes permiten vender camisetas, zapatillas y entradas. Los mensajes mediáticos en torno a esa esfera también son extremos. Una victoria es noticia, pero si viene acompañada de un récord, mejor.

El sistema es macabro. Mientras un cuerpo le es útil lo explota. Cuando éste deja de servir, se tira. Muchos dirán que los y las atletas no tendrían que quejarse demasiado por las cifras que algunos de ellos llegan a ganar. El problema es que no todos los y las que se destrozan el cuerpo adquieren grandes “bonos de retiro”. Además, si algunos deportistas tienen esas ganancias, hay que pensar cuanto poseen los que les pueden pagar esos montos.

Muchas de las grandes hazañas de los atletas actuales tienen que ver con la resistencia al dolor. El tobillo maltrecho de Maradona en el mundial de Italia 1990 es uno de los íconos del deporte argentino. Uno de los rasgos más alabados a los deportistas es su capacidad para seguir adelante pese a los padecimientos.

En su libro El Gen Deportivo, el periodista David Epstein le dedica un capítulo a la cuestión del dolor. Allí hace un recorrido, por distintos estudios, sobre cómo los deportistas aprenden a dominar y convivir con el dolor. Más allá de que la sensibilidad tiene una fuerte carga genética, se le puede enseñar al cuerpo a resistir e incluso a sentir menos. Eso sí, acostumbrarse al dolor no elimina su causa. La lesión existe y empieza a agravarse de manera camuflada.

Uno de los genes más estudiados con respecto al dolor es el COMT, que está involucrado en el metabolismo de los neurotransmisores del cerebro, entre ellos la dopamina*. Este gen posee dos variantes conocidas como Met y Val y el equilibrio sería tener ambas variantes, pero esto no siempre es así. La primera variante es menos efectiva en la limpieza de la dopamina y quienes la poseen tienen más problemas a la hora de lidiar con el dolor y se angustian más fácilmente (cómo contrapartida, son mentalmente más flexibles y tienen mejores resultados en pruebas cognitivas). Los que poseen una doble Val suelen ser más resistentes al dolor y al estrés. Uno piensa en esos centrodelanteros que aguantan los topetazos de los centrales o en los forwards de rugby, que levantan la pelota y avanzan una y otra vez.

En diversos estudios se han encontrado deformaciones genéticas que anulan totalmente la sensibilidad frente al dolor. Gente que puede cortarse y no notarlo hasta ver la sangre.

Por otro lado, no todo tiene que ver con la genética. Así como hay gente que viene fabricada para soportar el dolor, hay otros que no. Muchas veces, al sentir la molestia, estas personas simplemente se apagan. Se frenan y no vuelven a repetir la acción que les generó el dolor. En el deporte profesional eso no es aceptable.

Uno de los recursos que tienen quienes son sensibles al dolor en el ámbito deportivo es el de educar su cuerpo para que se acostumbre. Distintos estudios en deportistas han demostrado que el cuerpo aprende a anular los sensores y a convivir con las molestias.

Otro de los recursos para tolerar más el dolor en el deporte es el doping. Se utilizan medicamentos y sustancias que afectan las funciones hormonales y neurotransmisoras del cuerpo. Cabe aclarar que no todos son ilegales y muchas de ellas pueden tener un efecto muy nocivo en el físico de las personas.

“En la búsqueda de mejores rendimientos, la medicina del deporte lideró el tratamiento del cuerpo alienado del atleta como si éste fuera una herramienta inanimada”, dicen Besnier, Brownell y Carter respecto del impacto que tiene en los cuerpos el intento constante de correr los límites. Para el sistema, el atleta es una pieza más, no una persona.

El lema en el que se convirtió la frase escrita por Juvenal parece estar planteada como un ideal. Puede que corra para las personas comunes. Para los atletas profesionales la salud y el deporte no van de la mano.

Del autor

 

*La dopamina es un neurotransmisor producido en una amplia variedad de animales, incluidos tanto vertebrados como invertebrados.  Tiene muchas funciones en el cerebro, entre las cuales se incluyen papeles importantes en el comportamiento y la cognición, la actividad motora, la motivación y la recompensa, la regulación de la producción de leche, el sueño, el humor, la atención y el aprendizaje. La dopamina lleva a evitar situaciones desagradables, por eso quienes poseen el componente Met, que no elimina el exceso de esta en la corteza cerebral, tienden a no soportar el dolor ni repetir las acciones que lo generen.