Tom Brady en plaza Olmos

Un encuentro con un balón volador no identificado sirve para desvariar un poco sobre la globalización

*El autor escribe sobre si mismo en tercera persona porque ama la autoreferencialidad, pero detesta redactar en primera persona.

**Antes de leer la siguiente nota, el lector debe saber que el autor es un asiduo seguidor del fútbol americano.

El autor de este blog disfruta mucho de leer en lugares públicos. Se lo puede ver seguido en bares, plazas o parques, acompañado de un libro y un café. Hace unos días, aprovechando que está de vacaciones, el autor decidió despuntar el vicio en la Plaza Olmos.

Como su piel no es muy resistente a los rayos del sol -pasa de blanco leche a rojo tomate en pocos segundos- salió para la plaza alrededor de las 19.30. La antesala del Palacio de Mójica estaba llena de adolescentes que disfrutaban de las horas de enero. Para no molestar ni ser molestado, buscó un espacio de pasto libre y se sentó sin demasiada alaraca.

Cuando ya estaba muy metido en su lectura, sintió el inconfundible sonido de una pelota que pica y el característico “uuuuhhhh… ¡Guarda!”. Se encogió para aguantar un golpe, que finalmente no llegó. El balón rebotó a unos centímetros de su espalda. Uno de les pibes que estaba jugando se acercó y le dijo: “Disculpe señor, ¿me alcanza la pelota?”. El autor se dio vuelta buscando la típica forma redonda de la número 5 de fútbol y se encontró con un ovoide marrón, con una costura en una de sus caras.

La sorpresa por ver que, en una plaza de Río Cuarto, casi le pegan con una pelota de fútbol americano, hizo que no se indignara tanto porque el pibe le había irrespetado respetuosamente al tratarlo de “señor”. La globalización y otro de sus brazos había conseguido que, en el interior del interior de Argentina, hubiera unes pibes haciendo de Tom Brady y Rob Gronkowsky.

Después de devolverle la pelota al pibe, recordó las quejas que el padre de un amigo hacia siempre que los miraba jugar al fútbol a finales del siglo pasado y principios de este. Alfredo, así se llamaba, se enojaba porque al gritar los goles, no hablaban de Boca o de River, sino que buscaban personificarse en jugadores del Barcelona, el Real o el Manchester United. Decía que cada vez se veían más camisetas de equipos europeos y culpaba por ello a la penetración cultural provocada por la globalización. Era un tipo muy amante de las tradiciones. “Sigan así, que un día en vez de desayunar café con leche y medialunas, van a tomar té helado y comer esas mierdas redondas que se lastran los policías yanquis en las películas”, sentenciaba cada vez que daba cátedra sobre la invasión cultural. ¿Qué hubiera dicho don Alfredo al ver a les chiques estes jugando al deporte favorito de los yanquis?

La globalización, de la que tanto hablaba don Alfredo, es un proceso económico, social, cultural, comercial, político, tecnológico y de otras hierbas, que implica la interconexión y la interdependencia del mundo entero. La pandemia fue un ejemplo de lo que implica este concepto. Todo está conectado, todo está cerca y casi todo aparenta ser accesible.

Para algunos teóricos, el proceso de globalización comenzó hace varios siglos atrás, cuando Europa empezó a conquistar territorios y crecieron cada vez más las líneas comerciales entre los continentes. De un lado al otro del planeta iban especias, telas, animales, personas, enfermedades, objetos, lenguas y símbolos de todo tipo.

La globalización tuvo y tiene múltiples caras. Una de ellas es la de la dominación. El intercambio nunca fue totalmente igualitario y no todos los involucrados salen beneficiados. Siempre hay un país que se impone y que marca las condiciones del intercambio.

La imposición se produce a través de distintos métodos. A veces es por medio de la violencia, pero hay una gran cantidad de pruebas que demuestran que resulta más efectivo hacerlo por otros caminos, como por ejemplo el cultural.

El que marca el ritmo de la interacción se posiciona en el centro, con sus significados y sus cosmovisiones. Desde allí impone sus reglas y normas, a través de distintos elementos culturales. Así, por ejemplo, en Argentina la gente escribe “OK” en el what´s App en vez de escribir “si”. Pasa también con la música. Muches en el país usan camisetas con la lengua de los Rolling Stones, pero resultaría muy difícil encontrar a un inglés con una de la Mona Giménez bailando el pasito de “¿Quién se ha tomado todo el vino?”.   

El deporte entra dentro de esos elementos culturales que se ponen en juego. El fútbol -que hoy parece más argentino que el dulce de leche- no se originó en estas tierras, vino con los ingleses. La mayoría de las disciplinas que se practican en el país son europeas o estadounidenses. Surgieron en esos territorios y se diseminaron a través de la expansión de la influencia de las llamadas “potencias” hacia los países periféricos.  Ojo, no todo se toma como se sirve, hay resignificaciones. Existe el rock nacional y el fútbol argentino ya tiene su identidad propia.

Con los avances tecnológicos, creció el impacto de los medios de comunicación. En el caso del deporte, los cambios son notorios. Hasta mediados de la década de 1990, prácticamente no se veían partidos del fútbol europeo en Argentina -mucho menos en Río Cuarto- ni hablar del básquet de la NBA. La explosión del cable primero, la televisión satelital después y la masificación de internet provocaron que hoy se vean no menos de cinco. Hoy una piba o un pibe de cualquier ciudad chica de tierra adentro sabe de corrido la formación del Leeds o el itinerario completo de Los Lakers de Los Angeles. El problema no es que sepan esas cosas, sino que lo que hace ruido es que probablemente no tengan ni idea de como se llama el lateral derecho de Belgrano o no pueden nombrar más de 10 equipos de la Liga Nacional de Básquet.

El fútbol americano parecía ser resistente al poder de la globalización. Un poco porque a los yanquis nunca les interesó demasiado y otro porque su formato de juego no calza con las costumbres argentas, la NFL no venía teniendo tanto impacto por estos lados. Alguna vez en la costa, hará unos cinco años, el autor vio a unos porteños jugarlo en la arena, pero nunca más. Por eso le llamó tanto la atención ver una pelota de fútbol americano en la plaza Olmos. Lo impactó ver hasta donde pueden llegar los brazos de la globalización. Como pueden crecer tanto para meterse en una plaza de una ciudad del interior del interior. Cuanto deben haber penetrado para inmiscuirse en algo tan tradicional para un país como el deporte que se juega en una plaza.

Se acordó de la indignación de don Alfredo y pensó que, con su particular sentido de la pedagogía, le habría dado una lección sobre lo que implicaba andar rompiendo tradiciones y reemplazandolas por costumbres extranjeras. Al notar que su sentimiento se parecía mucho al del papá de su amigo, le dio la impresión que el pibe no había estado tan mal al decirle señor.

Del Autor