
Mucho se habla de los extraordinarios reflejos de les atletas, aunque muchos estudios han demostrado que la diferencia con el resto de les mortales está en otro lado
“¿Cómo carajo hace este tipo para devolver eso?”, frase repetida hasta el hartazgo cuando Novak Djokovic o Rafael Nadal están en una cancha de tenis. Resulta fascinante la manera en la que el serbio se disfraza del hombre elástico estirando sus largos brazos o el español galopa cómo caballo andaluz para para devolver tiros que van a un promedio de 200 kilómetros por hora.
La primera razón que surge para explicar tamaña capacidad es la de los reflejos. Les grandes atletas vienen dotades de cualidades extraordinarias. La naturaleza o alguna otre entidad etérea les creó con recetas especiales que combinan genes de superhéroes. Esta respuesta es la más sencilla. Son distintes y punto. Nacieron así y no hay nada que hacerle. El entrenamiento lo que hace, en todo caso, es pulir un poco esas cualidades.
Hace un tiempo, un grupo de científiques empezó a cuestionarse si sólo se trata de lo genético. Una de las primeras pruebas que se hicieron demostró que todos les seres humanos -incluso les atletas de alto rendimiento- tienen una capacidad de respuesta similar ante ciertos estímulos.
Al ver una luz, les persones tardan alrededor de 200 milisegundos en pulsar un botón. Este examen es conocido por casi todes. Quién no ha lo ha hecho, lo ha visto en alguna serie o película. Fue uno de los estudios que permitió descubrir el crayón incrustado en el cerebro de Homero Simpson, cuya velocidad de reacción era menor que el de un ratoncito. “¡¡¡Ouch!!!”, repetía una y otra vez el hombre amarillo de pantalones azules, cada vez que el roedor lo anticipaba.
Volviendo al tema, la quinta parte de un segundo es el tiempo mínimo que se tarda en que la retina reciba la información, y que dicha información sea transmitida a través de la sinapsis hasta la corteza visual primaria y esta, a su vez, le envíe un mensaje a la médula espinal para que ponga en funcionamiento los músculos. Para decirlo más simple, entre que se ve un objeto y se reacciona, pasan aproximadamente 200 milisegundos.
Ahora, si no hay diferencias extraordinarias en los tiempos de reacción ¿Cómo es el proceso en les grandes atletas? ¿Cómo hacen les tenistas para devolver esos saques en los que la pelota se vulve casi imperceptible? ¿Cómo hace un pelotero de béisbol para batear envíos que van a 169 kilómetros por hora?
En su libro, El gen deportivo, el periodista David Epstein, explica que un lanzamiento normal en la liga norteamericana de béisbol, tarda 400 milisegundos en llegar del montículo al guante del cátcher. La mitad de ese tiempo, es lo que demora el cerebro en avisarle a los músculos que deben empezar a moverse. En ese contexto, resulta difícil de explicar el motivo por el que los bateadores llegan a conectar la pelota. Curiosamente, la respuesta está relacionado con lo maternal.
Una madre o un padre tienen la capacidad de anticipar las travesuras de sus hijos. Con solo un pestañeo saben que el juguete que tiene le niñe en la mano va a ser revoleado en su dirección y se agachan a tiempo para evitar que el muñeco se les estampe en la cara. ¿Cómo lo hacen? A través del tan mentado instinto materno. Es una cuestión instintiva que permite anticipar que eso va a suceder. En el caso del deporte es lo mismo. Nadal llega a la pelota porque ve “antes” adonde va a picar.
El instinto tampoco es algo totalmente innato, se desarrolla. En la década de 1970, la investigadora candiense Janet Starkes empezó a trabajar en lo que se llama pruebas de oclusión (sepan les fanatiques de Harry Potter que lean esta nota, que nada tiene que ver con la oclumancia). El estudio consistió en mostrarle a jugadoras de vóley fotogramas de situaciones de juego. En algunas diapositivas se veía la pelota y en otras no. En las imágenes, los cuerpos de les protagonistas estaban orientados de manera similar, sólo había algunas mínimas diferencias si el balón estaba o no en la captura.
Al ver la fotografía las jugadoras debían responder si el esférico estaba allí o no. El tiempo de exposición era muy breve, así que las respuestas eran instintivas. El resultado fue que las entrevistadas más experimentadas acertaron mucho más que las inexpertas.
Al ser estudiar esto, Starkes descubrió que las experimentadas se fijaban en las posiciones en las que estaban dispuestos los cuerpos de sus colegas en el espacio. No veían si la pelota estaba o no, sino que lo intuían al observar como se daba la jugaba.
Algo similar ocurrió con les ajedrecistas. Les de mayor experiencia superaron ampliamente a les de menor entrenamiento a la hora de memorizar tableros enteros luego de vistazos cortos. Estos no poseían mayor capacidad de reacción ante las imágenes, sino que se detenían a observar algunos conjuntos de piezas. De acuerdo a como estaban estas dispuestas, podían intuir -y acertar- cual era la ubicación de las demás. No se detenían en mirar todo el tablero, sabían que era imposible hacer eso en tan poco tiempo, sino que ponían el ojo en el lugar exacto y a partir de allí armaban el resto del mapa.
El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo, dice un refrán popular. Les atletas más experimentades no poseen reflejos extraordinarios, sino que han desarrollado cualidades instintivas a través de los años. le bateadore intuye hacia dónde va la pelota de acuerdo a la manera en la que el lanzador acomoda su hombro y su muñeca. Le teniste anticipa el tiro de su rival al prestarle atención a la posición que adopta la raqueta. Son cómo las madres que, con solo ver al niño con el objeto contundente en la mano, leen perfectamente el gesto que anticipa el lanzamiento del cochecito y evitan terminar con la rueda marcada en una mejilla.
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