
Lionel Messi quería irse del Barcelona y no lo dejaron. El más talentoso, millonario y poderoso jugador de fútbol no pudo cumplir sus deseos
Son tiempos en los que la palabra libertad se usa mucho. En distintos ámbitos, una gran cantidad de personas grita a los cuatro vientos que quiere ser libre. ¿Qué significa ser libre? ¿Es hacer lo que cada uno quiere? ¿Se puede ser libre todo el tiempo? ¿Implica transitar por la vida sin joder a nadie y sin que lo jodan a uno? ¿Todos podemos ser libres? ¿Importa la libertad del otro? ¿Se puede comprar la libertad?
La pregunta por la libertad es una de las más importantes de la filosofía y -como casi todas las incógnitas en esta ciencia- no tiene una respuesta definitiva y cabal. En días de burbujas sanitarias y cuarentenas, la falta de certezas se hace más notoria.
“Que el mejor futbolista, el más talentoso, el más rico, el más famoso, no pueda elegir lo que lo hace feliz es para plantearse muchas cosas”, escribió en su cuenta de Twitter la periodista Ángela Lerena. El aludido es Lionel Messi, que luego de una interminable novela, se queda en Barcelona, a disgusto. La trama que se escribió entre el envío del famoso “burofax” y el desenlace final, servirá de guión para una docuserie de Netflix estilo “The Last Dance”.
La situación de Messi – como casi todas las de este tipo- tiene reminiscencias del “Caso Bosman”. Jean-Marc Bosman es un futbolista belga que en 1990 demandó al Fútbol Club Lieja, que no le permitió el traspaso al Dunkerque de Francia y luego lo apartó del plantel. Cinco años más tarde, salió victorioso en el juicio alegando que la institución había violado el derecho al libre traslado de los trabajadores dentro del territorio europeo. La decisión de la justicia hizo que los protagonistas dejaran de ser piezas intercambiables en los clubes.
La resolución del “Caso Bosman” dio paso al fútbol que se conoce hoy. La libre circulación de jugadores por la unión europea implicó el empujón definitivo al negocio de los pases. Fue la apertura de la disciplina al mercado neoliberal.
El nuevo sistema tomo como bandera la idea de la libertad del jugador para desarrollar un negocio multimillonario. El protagonista puede plantarse ante el club y obligarlo a venderlo. En algún punto, esto trajo muchos beneficios a los jugadores. Por otro lado, aumentó las desigualdades entre los clubes.
El nuevo sistema está basado puramente en el dinero. El jugador puede ir de un lado al otro si tiene los millones para hacerlo o si el club que lo busca tiene la plata para comprarlo. La libertad del jugador tiene un precio. En el caso de Messi, el valor es 700 millones de euros.
Dicho así, Messi aparece como una víctima más del sistema. El rosarino no puede hacer lo que quiere y por eso no es libre. “El Barcelona lo obliga a quedarse y avasalla sus deseos individuales”, dicen sus defensores. En realidad, el club le dice que si se quiere ir debe pagarle lo que está firmado en un contrato. No está yendo contra los derechos del jugador, sino haciendo valer los suyos, cuestión que además está reglamentada.
El sistema actual exacerba las libertades desde una concepción más individual que social. Así, está bien que Messi haga realidad sus deseos de irse sin cumplir lo pactado con el Barcelona. Sus aspiraciones individuales están por encima de sus obligaciones con la institución.
No es la primera vez que el rosarino tiene problemas por no cumplir leyes en España. Hace un tiempo atrás debió pasar por los tribunales ibéricos por evasión de impuestos.
Aristóteles decía que la libertad es “la capacidad que posee el ser humano de poder obrar según su propia voluntad, a lo largo de su vida; por lo que es responsable de sus actos”. Para uno de los padres de la filosofía el ejercicio de la libertad no lleva implícita la facultad de actuar de la manera que se desee. Un individuo no puede, en ejercicio de sus libertades, tener mayores posibilidades, beneficios o prerrogativas que los demás seres humanos en su misma situación. En otras palabras, uno puede andar por la vida haciendo lo que le plazca sin respetar a los otros.
El griego hablaba de abusos a la hora de ejercer el derecho a la libertad. Escudándose en él, las personas cumplen sus deseos sin medir las consecuencias que esto tienen en el resto de la sociedad. Pasa en el periodismo. Amparándose en la libertad de expresión, se hacen acusaciones sin pruebas, se reivindica la memoria de dictadores o se incita a la gente a tomar cloro.
El discurso del sistema actual va en el sentido contrario a lo planteado por Aristóteles. En el capitalismo neoliberal los deseos de cada persona son entendidos de manera individual, no de manera social. En la edición del domingo de este diario -en una entrevista con Luis Schlossberg- el psicoanalista Jorge Alemán dijo que actualmente existe “una idea negativa de la libertad que se traduce en “hago lo que me da la gana”, es una libertad que no responde por ninguna comunidad, no se hace responsable del otro”. En ese contexto, no sorprende que haya gente que pida que se le deje a Messi hacer lo que quiere, sin tener en cuenta normas o leyes.
Incluso se va más allá. Messi es libre para romper las reglas porque se lo ganó. Le dio todo al Barcelona. Cómo es el mejor y el más talentoso puede saltarse las leyes. Esas mismas que le permitieron volverse millonario. Porque lo que el rosarino logró en el club no lo hizo de manera altruista, ni mucho menos gratis.
Para el pensamiento hegemónico esos millones, sumado al talento y la fama, deberían permitirle ser libre de decidir cuales normas cumplir y cuáles no. No sería la primera vez que en el deporte, algún poderoso se salta alguna regla. De hecho un amplio sector del público se sorprendió porque el domingo, Novak Djokovic -número 1 del ranking mundial de tenis- fue descalificado del US Open por pegarle un pelotazo a una jueza de línea. Fue sin intención, pero la agresión existió. “¿Cómo vas a descalificar a Djokovic por eso?”, se escuchó desde una tribuna amplia. ¿Y por qué no? No importa que sea el mejor de todos, eso no lo habilita a hacer lo que quiera adentro de la cancha sin respetar las normativas.
El serbio no está sólo en el estadio y sus acciones -por ejemplo reaccionar mal y revolear un pelotazo sin mirar- pueden traer consecuencias para con los demás. Cómo Djolovic, Messi no es único en el mundo del fútbol. No juega sólo, pertenece a una institución.
El sistema dice que la libertad se trata de hacer lo que uno quiere y punto. El mensaje es que el talento y los millones dan derecho a cumplir los deseos propios sin tener en cuenta a los otros. El poder permite saltar las reglas. Así, la libertad -desde una concepción puramente individual-se transforma en una escusa que le permite a los que más tienen hacer y deshacer sin medir lo que les pasa a los otros.
De allí que lo de Messi sorprenda. Esta vez una de las personas más poderosas del planeta no pudo cumplir sus deseos sin medir las consecuencias. Esta vez uno de los jugadores más talentosos no pudo saltarse las reglas aduciendo su “derecho a hacer lo que le plazca”. Esta vez una de las personas más ricas del mundo no pudo comprar su libertad.