Rompieron al palillo

Luis Alberto García Moreno

Escritor especialista en cosas y cosos

La curiosa historia de los músculos de Fabián Sosa, que pintaba para jugador estrella y término atendiendo el bar del club

Cuando llegamos a la sede del club nos sorprendió no ver la delgada figura de don Fabián Sosa detrás del mostrador. El “palillo”, como lo conocíamos todos, era el histórico administrador de la concesión del bar. Después de su temprano retiro del fútbol -25 años-, los dirigentes le tendieron una mano y le permitieron hacerse cargo del buffet. Laburador obsesivo, abría a las siete de la mañana y cerraba después de las doce. Solo cortaba entre las dos y las cuatro de la tarde, porque para él, la siesta era un sacramento.

Acostumbrados a verlo desde hacía casi 20 años, nos llamó la atención no encontrarlo vigilando desde detrás de la caja o encaramado en un debate futbolero en alguna de las mesas. Valentina y Luciano, sus hijos, habían quedado a cargo de atender el local. “Se fue a Córdoba. Quedó muy enojado por la discusión del otro día”, contestó su hija ante nuestra inquisitoria sobre el paradero de su padre.

El debate al que hacia referencia tuvo lugar sobre el final de la noche, cuando uno de los muchachos no se percató de que el “palillo” estaba escuchando y señaló su tendencia a lesionarse seguido. “El “palillo” era un jugador de otra categoría. Era rapidísimo cuando hacía la banda. Los pasaba como parados a los defensores, era un símil Di María -salvando las distancias- o como este colombiano que juega ahora en Boca. Pero vivía lesionado. No se fue de acá, porque estaba roto y eso hizo que se retirara tan chico”, sentenció Marcos. “Yo no estaba roto, a mi me rompieron”, llegó la respuesta del otro lado de la barra. Lo que siguió fue un largo intercambio de opiniones, en el que Sosa intentó explicar algo que había leído en un libro, sobre el mal entrenamiento en los futbolistas y cómo este provoca lesiones crónicas. Cómo no era un dejado de virtudes en pedagogía, su explicación no fue muy clara y el entredicho quedó un poco en la nada.

“Cuando llegó a casa le pidió Luciano que lo ayudara a buscar en internet algo sobre el tema y encontró que en Córdoba había un especialista en ese tema o algo así”, explicó Valentina. El tipo se quedó tan mal con la discusión que se hizo 200 kilómetros para probar su tesis.

A la semana, cuando nos vio llegar a la sede, salió rápido de detrás del mostrados revoleando una carpeta con su mano de recha. “Acá están las pruebas de que a mi me rompieron”, nos espetó y largó un sobre del que salieron una tracalada de hojas e imágenes. Después de tranquilizarlo, le dijimos que no se hiciera drama, que le creíamos, pero no hubo caso, nos obligó a leer durante toda la noche los artículos de la carpeta.

Lo cierto es que algo de razón tenía el tipo. Joaquín, el médico del grupo, hizo las veces de traductor de los informes. Resulta ser que los músculos son trozos de carne compuestos por delgadas fibras. Estos hilos están rodeados de centros de mando (mionúcleos) que controlan su funcionamiento. De ellos dependen un grupo de células que se ocupan de reparar los músculos cuando estos resultan dañados.

Las fibras serían como los cables de la luz y las células, los empleados de EPEC que se ocupan de reparar los cortes. La diferencia es que las células tienen acceso a mejores materiales y condiciones de trabajo, por lo que sus reparaciones suelen ser de mejor calidad. Por ejemplo, cuando se hacen pesas, el músculo se exige hasta romperse y allí entran en acción estas células que se encargan de reconstruirlo. En ese proceso el músculo se desarrolla. El problema ocurre cuando se sobrecarga y el daño es tan grande, que las células no llegan a repararlo.

En los documentos, se explicaba que los músculos funcionan al contraerse y extenderse las fibras que lo componen. El bombeo del corazón es quizás el ejemplo más gráfico. El especialista que había consultado el “palillo”, describía en el escrito que había dos tipos de fibras dentro de los músculos, las de contracción rápida y las de contracción lenta. Las primeras efectúan su movimiento dos veces más ligero que las segundas, pero son menos resistentes. Estas se distribuyen en el cuerpo de acuerdo a la actividad que el mismo desarrolle. Por ejemplo, los velocistas, estilo Usain Bolt, suelen tener mayor cantidad de fibras de contracción rápida en sus pantorrillas, ya que favorecen la explosión. Funcionan como los pistones de un motor. Por otro lado, quienes compiten en carreras de larga distancia tienen una mayor concentración de fibras de contracción lenta, que favorecen la resistencia.

Para trabajar la composición de los músculos y adaptarla al deporte que se hace, los profesionales de la preparación física diagraman propuestas de entrenamiento diferentes de acuerdo al atleta y la disciplina. Además, no hay cuerpo que pueda adaptarse a todos los deportes. Una mala preparación en ese sentido genera lesiones musculares concretas. Lo mismo sucede si se fuerza a un cuerpo a intentar realizar una disciplina para la que no está predispuesto.

En el escrito se hacia referencia a un experto danés que estudió lo que sucedía en el fútbol hace unos cuantos años atrás. El tipo, llamado Jasper Andersen, explicaba que cuando empezó a trabajar con el fútbol le llamó la atención que no hubiera futbolistas con alta concentración fibras de contracción rápida, siendo que los entrenadores decían que preferían a los jugadores rápidos, al estilo del “palillo”. Lo que descubrió fue que el problema estaba en la manera en la que se entrenaba.

En sus estudios en Copenhague –“Es la capital de Dinamarca burros”, aclaró al ver nuestras caras Martín, el profesor del grupo- Andersen encontró que los jugadores veloces, con fibras de contracción rápida no llegaban a primera, debido a que se lesionaban constantemente. Por ejemplo, tenían mucha más propensión a sufrir problemas en los tendones. La conclusión del danés era que a diferencia de lo que ocurría en otros deportes, en el fútbol no se diferenciaba el entrenamiento de acuerdo a la posición que se ocupa en el campo. Así, un win flaco y desgarbado, hace el mismo tipo de trabajo que un defensor central cuya contextura física es parecida a la de un pivot de básquet.

“Ahora todo evolucionó, pero en mis tiempos yo tenía que hacer lo mismo que el Pedro Gutiérrez”, indicó el “palillo”, recordando a un central de los más duros que tuvo el club. Era un gringo grandote como un oso y más áspero que papel de lija. Su contextura era totalmente opuesta la de Sosa, fino y frágil como un escarbadientes. De allí su apodo de “palillo”.

La lectura del informe y los documentos nos llevó toda la noche. Para cuando terminamos la explicación yo ya iba por la sexta pinta, con lo cual, mis recuerdos sobre la cuestión muscular son bastante borrosos. Lo que no me voy a olvidar fue la manera gráfica en la que Sosa nos explicó lo que sucedió con su carrera, como fue que pasó de ser una promisoria estrella a administrador del bar. “Yo no me rompí, a mí me hicieron esto”, dijo con aspereza y tomó un escarbadientes y lo partió a la mitad. Marcos, que también tenía sus pintas encima, agregó: “Mira vos…al final, al “palillo” lo rompieron”.