
Bajo la influencia de la cebada, el autor de estas líneas se animó a cuestionar una de las premisas más repetidas en el mundo del fútbol
“La mística en el fútbol no existe”, disparó quién escribe estas palabras acodado en la mesa circular más cercana al baño, del segundo piso de una conocida cervecería de Río Cuarto. Tener tres pintas encima hace que la gente se ponga categórica en las discusiones. Tras unos minutos de escuchar argumentos de uno y otro lado sobre la “mística” del River de Gallardo, el autor de este texto respiró hondo, tomó carrera y sentenció con el tono de Mario Borges. Después, se dispuso a esgrimir un racimo de argumentos desordenados que se perdieron entre los meandros de la conversación.
El fútbol es un territorio fértil para lo irracional. Su lógica ilógica y el papel preponderante que tiene el azar, abren la puerta a lo esotérico. Por eso la palabra mística encaja en su trama discursiva. “Mística” viene del término griego mystikós y refiere a misterio. También se relaciona con el mundo de lo oculto y con aquellos que poseen acceso a ese mundo inasible. “Que incluye misterio o razón oculta”, la define la Real Academia Española. En el mundo del fútbol, “mística” se le dice a cierta característica inefable que tienen algunos clubes para vencer en determinadas situaciones. Se podría decir que un cuadro con mística es aquel que saca chapa en las difíciles. Así, si un equipo viene mal, pero de pronto gana un partido importante, se dice que sacó a relucir su mística.
La mística copera de Independiente nació en la década de 1970. La de Estudiantes un tiempo antes, la de Boca en el primer decenio de este siglo y la de River entre el 2014 y 2019. Es un período de varios títulos seguidos, el que da origen a la mística. A su vez, es esa misma mística a la que se le atribuyen esos logros.
Al darle entidad a la mística se pasan por alto los aspecto racionales que llevaron a ese grupo de jugadores a conseguir títulos. Se cree que la mística viene con la camiseta, que la casaca impregna el cuerpo como por ósmosis. Por el contrario, la mística no es una cuestión de clubes, es una cuestión de equipos.
River no perdió la mística copera, sino que ya no tiene los mismos jugadores que lo llevaron a ganar dos copas en cuatros años. Tampoco los rivales son los mismos. No es mística lo que lleva a un equipo a dominar una época, son determinadas condiciones (un grupo de jugadores, su confianza, su preparación física y mental, sus rivales, etc) que se conjugan. Quinteros, Fernández, Montiel, Driussi y Pérez ya no son los mismos. Por más que se pongan la camiseta con la banda, la mística no puede impedir el paso del tiempo.
El caso de Independiente es aún más notorio. Del 72 al 75 ganó cuatro Libertadores seguidas. En los siguientes 50 años, el Rojo solo ganó una copa más. ¿Qué pasó con la mística? ¿Se esfumó? ¿La maldijo un rival envidioso? Esa famosa mística sólo duró esos años y se forjó en una época en la que los planteles no se modificaban. Cuando esa generación de jugadores se fue, la hegemonía se terminó. A eso hay que sumar que la Copa se jugaba de otra forma. Participaban menos equipos y el campeón empezaba a competir en semifinales. Los títulos del ´73, ´74 y `75, los de Avellaneda los consiguieron jugando siete partidos por copa (hoy para ganarla hay que jugar, como mínimo, 13).
Con Boca pasa algo similar. Hasta el año 2000, el Xeneize no tenía mística copera. Había ganado dos Libertadores seguidas en la década del 70, pero después anduvo a los tumbos por mucho tiempo. Estuvo mucho tiempo sin jugarla y en 1994 se comió un baile atroz con Palmeiras (6 a 1). De pronto llegó Carlos Bianchi y con un grupo de jugadores (mundialistas varios de ellos) ganaron tres copas en cuatro años y después llegó la cuarta con Miguel Russo. Riquelme, Palermo, Barros Schelotto, Battaglia y compañía no poseían una mística que les daba superpoderes, eran jugadores dotados de un talento particular. Boca no tuvo más esos nombres y no hubo mística que le permitiera volver a ganar la Copa.
“La mística no existe. Hay dinastías que se imponen por la conjunción de nombres y niveles que perduran durante un tiempo determinado”, reiteró el autor de estas letras, mientras bajaba tambaleante unas estrechas escaleras y ya nadie lo escuchaba.
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