El primer equipo de fútbol inclusivo de Río Cuarto nació en un almuerzo clandestino durante la pandemia. Dos años después son la punta de lanza de una avanzada que está por concretar el primer campeonato oficial de fútbol para disidencias
Un grupo de mujeres desafía las medidas sanitarias dispuestas ante la pandemia para darse a sí mismas una identidad. Un sábado de mayo del 2021 se reúnen en una casa de la calle Brasil y mientras cocinan unos fideos con tuco, definen el nombre que tendrá su equipo de fútbol. Afuera, el mediodía invernal es el contraste perfecto para la pasta que están por degustar. Adentro, sentadas en la mesa del espacioso comedor de esa casona con jardín, típica de Banda Norte, las diez integrantes debaten si votarán a mano alzada o con papelitos. El olor de la salsa se mezcla con el de los fibrones con los que anotarán los resultados en una pizarra. “Sidra Caliente, Nada Chabon y Elena F.C serán descartados y Albertas Fútbol Club será el nombre con el que bautizarán al que se convertirá en el primer equipo de fútbol no binario de Río Cuarto.
Hoy, a dos años de aquella fundación, Albertas ya no es Albertas, sino que es Albertxs. El cambio lo produjo la llegada de Fran en febrero del 2022. Nacido en San Juan hace 23 años, única mujer de cinco hermanos, creció con una pelota entre las piernas. El pelo corto, y ensortijado y una sonrisa pícara lo hacen parecer más chico. Pasó su infancia en un barrio de clase media cerca del centro de la ciudad capital de esa provincia cuyana. El amplio patio de esa casa fue la cancha en la que jugó a la pelota por primera vez, con sus hermanos. Flaco y de escasos 159 centímetros de altura, recuerda que no le iba muy bien cuando tenía que disputar el balón con ellos. “Vivía en el suelo”, dice y mueve las manos en círculo para indicar los revolcones que le daban.
Al crecer, como marca la tradición sanjuanina, sus hermanos mezclaron el fútbol con el hockey sobre patines. A él le tocó el hockey sobre césped. Fran se reconoce algo colgado y sus respuestas -imprecisas, relajadas y llenas de acotaciones- delatan esa característica. Su tono se vuelve algo cortante cuando las preguntas buscan indagar en esa que fue antes de ser Fran. “Eso no se pregunta”, dice con una sonrisa forzada ante el intento de saber el nombre con el que fue bautizado cuando nació. “Mi familia son las Albertxs”, reitera ante cada tratativa de hablar sobre su relación actual con sus padres y sus hermanos que quedaron en su ciudad de origen. Retoma su historia contando que a los 18 años decidió venir a Río Cuarto para estudiar Veterinaria, carrera en la que ya no sigue.
Al poco tiempo de estar en la ciudad, decidió retomar el fútbol. Si bien nunca lo dejó del todo, el hockey le sacó tiempo para practicarlo y en San Juan no encontró un grupo con quienes hacerlo de manera estable. En Río Cuarto, una amiga le habló sobre un grupo de mujeres que se juntaba a jugar en una cancha en el complejo La Costa. Cuando llegó a la dirección que le dieron se encontró con el portón negro de una casa de familia, del cual es difícil sospechar que esconda un sintético de fútbol 5. Ubicado en la avenida España, en el ramal que baja hacia el río, justo cuando comienza el Puente Carretero, el lugar cuenta con una sola cancha, que se encuentra unos metros al fondo, en el patio del hogar de Elena, dueña y administradora del lugar (Por esto uno de los posibles nombres era Elena F.C.).
El campo de juego solo se distingue bien desde arriba del puente, desde abajo apenas son perceptibles las redes verdes del parapelotas, que evita que la pelota vaya a dar a los patios vecinos o -en un exceso de potencia- a las costas del río. Casi nadie puede ver a quienes juegan, ni tampoco hacer comentarios sobre lo que se ve. “Esa cancha nos protegía”, dice Luciana Ferreyra Felipelli una de las fundadoras de Albertxs. A ese espacio rodeado de medianeras, llegaron hartas de no poder patear una pelota sin recibir comentarios sobre sus destrezas o sus cuerpos, que provenían de hombres que se tomaban un tiempo para dar sus opiniones desde el otro lado de un tejido o desde la calle. “Ellos creían que era necesario su aporte, je”, comenta.
Para entender cómo llegaron a esa cancha del complejo La Costa, hay que ir un poco hacia atrás y trasladarse unos 300 metros hacia el oeste, por la margen sur del río. Allí en una cancha de tierra, rodeada por la hierba que crece aprovechando la humedad del suelo, armada con dos arcos de chapa, en una zona arbolada de la costa, las futuras integrantes de Albertxs se juntaron a jugar por primera vez.
En el río confluyen muchas de las historias de la ciudad. No se trata solo del accidente natural que le dio nombre a la Villa fundada el 11 de noviembre de 1786 y la parte al medio. El fútbol femenino quedó ligado a él desde el principio. Fue a su alrededor donde a mediados de 1960 comenzaron a jugar las pioneras. Muchas de ellas, formarían el equipo que representaría al club Centro Cultural Alberdi en un duelo ante Tigre, en uno de los primeros partidos de fútbol de mujeres de los que se tiene registro en la ciudad. Sería esas mismas costas las que las volverían a recibir cuando, el conservadurismo propio de una región las corriera de la escena. Cambio de siglo de por medio, esos partidos y torneos furtivos que se hacían en las improvisadas canchas de las márgenes del río serían el germen para el actual torneo oficial de la Liga Regional.
“Acá las mujeres juegan al hockey”, dice Luciana sentada sobre una pelota en la cancha de Banda Norte, en la que todos los fines de semana defiende los colores del “verde”. Recuerda que cuando se llegaba a los diez u once años, las mujeres de Río Cuarto debían dejar de jugar al fútbol. Si querían hacer deporte en un club, no era una alternativa. La única chance era ir al río. Allí, fueron apareciendo y desapareciendo decenas de canchas. De la tierra brotaban los arcos de madera que se mudaban cuando había que hacerlo. Esto se daba cuando aparecía el dueño de los terrenos o la municipalidad implementaba un nuevo proyecto de urbanización de la zona (la costa del río fue siempre el lugar tradicional para el surgimiento de asentamientos precarios). En ese espacio de nadie y de todos, se juntaban a jugar las mujeres e incluso hasta había fútbol mixto. Era potrero puro. No había límite de edad ni árbitros. Había choripan, coca, cerveza, vino y -aunque no hay pruebas de eso- apuestas.
Recién a comienzos del siglo XX, la Universidad Nacional empezó tener un equipo, pero la cohesión entre ese proyecto y lo que pasaba en las costas se constituyó a principios de la década pasada. La Liga Regional sumó a la rama femenina recién en 2014. Para 2017, cuando las integrantes de Albertxs se juntaron por primera vez, la competencia contaba con 14 equipos y se sumaban cada vez más jugadoras. En las tribunas, entre las familias que iban a ver los partidos, se colaban hombres que se reían a carcajadas ante los errores de las jugadoras. “Creo que les cuesta entender que, cuando te niegan la pelota de chica, es difícil aprender a jugar tan rápido”, dice pensativa Luciana. Escapando de todo eso, las Albertas encontraron refugio en el patio de doña Elena.
Fran no tuvo muchas chances de jugar en esa cancha del complejo La Costa. Al segundo o tercer partido, se rompió los ligamentos de la rodilla. Tímida y sin conocer mucho a ninguna de las que estaban jugando, encaró la calle para ir caminando hacia el hospital. Allí se cruzó por primera vez en su vida con Rocío Andrada, referente clave en la historia de Albertxs. Psicóloga de profesión, dice que no recuerda un día en sus 33 años, en el que no haya visto una pelota de fútbol. “Vi que se iba despacito, rengueando…Parecía un espantapájaro roto con los rulos despeinados… le ofrecí llevarlo en el auto”, cuenta sobre esa tarde que, un par de años después tendrá mucho de hito para el grupo.
“Yo soy la prehistoria de este equipo”, dice Rocío, pilar fundamental del grupo, no sólo porque forma parte de las fundadoras, sino porque también es quien trajo a la historia a la responsable del nombre que hoy les identifica. Acostada en un sillón, a la par de la mesa en la que la psicóloga cuenta su historia, Alberta, una perra de pedigree indescifrable, se adormece indiferente. Unos años antes del surgimiento del equipo, el can apareció en la puerta de la casa de la madre de su actual dueña y empezó a seguirla a todas partes. De patas cortas, figura regordeta y alargada, con el lomo negro y la panza marrón oscura, ojos cafés y una parsimonia pasmosa, no parece tener cualidades extraordinarias, más que la de ser una fiel compañera, en las buenas y en las malas.
Para evitar confusiones, Rocío aclara rápido que el nombre de la perra no tiene nada que ver con el del actual presidente argentino. Mientras acaricia la cabeza de Alberta con su mano derecha explica que, buscando nombres asociados al compañerismo, dio con el de “Alberta”. De origen germánico, da cuenta de alguien magnánimo que no dudará en ayudar a los amigos y fundirá con ellos una relación inquebrantable.
Para aquel mediodía de los fideos con tuco, Alberta ya tenía unos cinco años. El mundo llevaba más de 400 días enfrascado en la pelea contra el coronavirus. El patio de doña Elena, abierto desde hacía uno meses (a veces de manera clandestina) sirvió para pasar los momentos más complicados de esa temporada en el infierno del Covid. Poder jugar en esos tiempos era un operativo coordinado casi con inteligencia militar. Llegaban de a una, con dos o tres minutos de separación para no levantar sospechas. “Sidra caliente”, decían a modo de contraseña y el portón negro se abría solo lo suficiente, para impedir que no se viera lo que había adentro. Mientras se cambiaban -con Alberta echada a un costado de la cancha- imaginaban los titulares del diario local si las descubrían. Los mismos iban desde el clásico: “Mujeres rompen la cuarentena para jugar al fútbol”, hasta la versión estilo Revista Barcelona: “Un grupo de tortilleras le dice fuckyuo a Alberto y se juntan para demostrar que el fútbol es cosa de (mari) machos”.
Fue en esos tiempos de pandemia en el que decidieron otorgarle una entidad a aquello que venían compartiendo desde hacía tres años. Así, nació la famosa “juntada de los fideos”. Como hacía frío, decidieron que el menú fuera una pasta y la reunión se llevara a cabo en la casa de Pía González, debido a su amplio comedor. “Es el comedor del pueblo”, dice la hoy jugadora del equipo de futsal de Atenas, sentada a la mesa en la que decidieron el nombre del equipo. Hogar de las reuniones gastronómicas del grupo, es la casa familiar de Pia (28), en la que vive con su madre, sus tres hermanas y su hermano, todos menores que ella. La mesa ovalada, de madera y con un vidrio que la protege, está en el centro de una sala espaciosa con ocho sillas que hacen juego. De aquel mediodía de los fideos recuerda que “Alberta” ganó bien, pero que no fue unánime y tampoco tiene claro por cuál votó ella. Si tiene en mente que a la semana estaban encargando las camisetas negras con vivos verdes con el escudo de las Albertas.
La pandemia dio un respiro unos meses después y las Albertas pudieron salir a la cancha sin violar ninguna restricción. Ya no solo jugaban en la cancha del patio de doña Elena. Habitaban otros complejos en el que compartían canchas con equipos de hombres y si bien los comentarios que las habían llevado a refugiarse en La Costa, continuaban, no tenían el mismo efecto. “No los escuchábamos como antes. No dolían tanto”, dice Rocío y recuerda que una de las primeras veces que se juntaron a jugar en las canchas de Gorriones, una “no atajada” suya generó algún comentario de afuera. “Sentí que se burlaba de mi cuerpo en el aire, pero no tuve tiempo de reaccionar por que las chicas ya me estaban defendiendo. Esa protección se sintió distinta”, comenta. Criada entre dos hermanos futbolistas y un padre entrenador, aprendió a atajar en los jardines de los edificios que componen “las 320 viviendas”, nombre con el que se conoce a la urbanización de clase media inaugurada hace 50 años en la esquina de Caseros y Lavalle. Desde el departamento en el monoblock 10, que hoy comparte con Alberta y en el que se crio, señala la parte del tejido perimetral que fue su primer arco. Al igual que Luciana, debió dejar el fútbol cuando llegó al límite de edad de las escuelitas, ese en el que los varones empiezan a hacer inferiores en los clubes. Con el arco, se reencontró cuando aparecieron las Albertas, en aquella cancha de tierra al lado del río.
En ese mismo departamento del monoblock 10, Rocío y Fran recuerdan juntos el que quizás sea el hito mayor del equipo, el que generó que “Albertas”, pasara a ser “Albertxs”. Una tarde de comienzos del 2022, las Albertas estaban jugando un partido en una de las canchas de Gorriones. Pia anunció que había una nueva incorporación. Era Fran, que estaba volviendo a jugar, después de recuperarse de la rotura de ligamentos y luego de haber de completado su transición. Rocío, que estaba en el arco se acercó y se presentó como si fuera la primera vez que lo veía. Al terminar el partido, Fran, con su característica timidez, se le arrimó para agradecerle lo que había hecho por él unos años atrás. “Vino despacito y me contó que yo lo había llevado al hospital con la rodilla lesionada. Ahí fue cuando caí que era la misma persona”, cuenta.
Fran no habla mucho de su transición, ni cree que haya mucho que decir. Afirma tener claro que hay mucha gente que todavía lo mira de reojo. Sabe que vive en una ciudad en la que un ex presidente del Centro Comercial dijo que no contrataría a un trans para atender su local porque no entraría nadie. Al igual que con el tema de su familia, sus respuestas son concretas. “Soy lo que soy y no tengo que dar…”, canta con una sonrisa la canción de Jerry Herman que hizo popular Sandra Mihanovich, casi mofándose de la pregunta. El tenor de las respuestas cambia cuando habla de Albertxs y de todo lo que el equipo moviliza. “Elles son mi familia”, remarca.
La llegada de Fran fue el impulso final para definir la identidad de Albertxs. Ya no eran un equipo de fútbol femenino, ahora pasarían a ser disidente y no binario. La disidencia parte del género, pero va más allá. Riega otros campos, como el competitivo. Los goles no se cuentan, se festejan y no importa si son propios o ajenos. Pasa lo mismo con las buenas jugadas. Si alguien tira un caño, se aplaude.
“A mí literalmente me levantaron de la calle”, dice Delfina Vettore (29) una de las últimas llegadas al equipo. Periodista deportiva y jugadora de Banda Norte en la Liga Regional, había conocido a varias de lxs Albertxs porque su casa fue sede de una juntada para ver un partido de la selección femenina, pero no eran amigxs ni mucho menos. Durante un atardecer, mientras lloraba por una desavenencia amorosa sentada en la vereda frente a su hogar, levantó la vista cuando un Renault Clio azul paró a su lado. Del mismo se bajaron despacio Fran y Rocío, que volvían de jugar un partido. Porrones de cerveza de por medio, se forjó una amistad sincera como solo la puede formar la mezcla del alcohol y una noche entera hablando sobre corazones rotos. Ese encuentro cambió definitivamente el rumbo de la vida de Albertxs.
Delfina también tuvo que renunciar al fútbol como varias de sus compañeras. Nacida en Las Vertientes, pueblo ubicado a 24 kilómetros de Río Cuarto de poco más de un millar de habitantes (En el padrón 2023 estaban habilitadas para votar 953 personas), pateó pelotas junto a amigos y amigas en el único club del lugar, Cultural Herlitzka, hasta que la edad le impidió seguir haciéndolo. Como Fran, cambió la número 5 por un palo y una bocha. En 2012 se mudó a la ciudad para estudiar Comunicación Social y empezó a jugar al hockey en Urú Curé. Recién en 2016, pudo volver a jugar al fútbol, cuando se sumó al equipo de Atenas en el torneo de la Liga Regional que empezaba su tercera temporada. En 2014 comenzó a trabajar en Al Toque Deportes, medio de comunicación cooperativo y desde allí se convirtió en una de las difusoras más importantes del deporte femenino de la ciudad. No recuerda haber sido discriminada abiertamente en el ámbito del periodismo deportivo, pero sí recuerda haber discutido por la manera en la que se cubre al deporte practicado por mujeres. “Si vas a poner “Fútbol Femenino” de volanta, poné también “Masculino”. Si no, no aclares y dejá “Fútbol” solo”, cuenta sobre una de las discusiones clásicas que tiene con compañeros y colegas.
Mediocampista ofensiva, la “Vetto” no suele correr el cuerpo, al contrario, siempre encara, va para adelante. Con ese mismo ímpetu, creó un podcast de deporte femenino y coordinó un libro que recopila historias del fútbol femenino riocuartense. Ese impulso, más sus contactos generados por el mundo mediático, fueron el impulso que necesitaba Albertxs para pasar de jugar al amparo de las cuatro paredes del complejo La Costa a formar parte de un proceso histórico para la ciudad.
Es el sábado 29 de octubre de 2022, la canícula parece haberse adelantado unos meses y el sol raja la tierra. Son las 11.34 y en el complejo de canchas de fútbol 5 del Gorriones Rugby Club está a punto de dar comienzo el Primer Torneo para Mujeres y Disidencias de la ciudad de Río Cuarto. Lleva el nombre de Patricia Carrizo (considerada la Maradona riocuartense) y es organizado por Albertxs F. C. Hay premios para todos los equipos y la única consigna que se debe cumplir es festejar todos los goles, incluso los recibidos. Reggeaton, cumbia y cuarteto llenan el aire, la cerveza hidrata y el choripan sirve para recuperar energía entre partido y partido. Alberta está echada bajo el alero de la cantina, uno de los pocos lugares en los que la sombra ofrece un respiro. La homenajeada se hace presente y a sus 56 años patea el penal con el que se inicia la premiación. Ese tórrido mediodía se convertirá en el embrión de lo que hoy es el Torneo de Futsal Femenino y Disidente, organizado por el equipo y la subsecretaría de Deportes municipal.
Cuando ve la foto que se sacó el equipo el día de la primera fecha del torneo disidente, Rocío sonríe y mira a Fran buscando complicidad. Allí se ve a un grupo de 12 personas (diez originales más Delfina y Fran) en la típica formación de los equipos de fútbol. Levanta la vista y dice que no responde porque está cayendo en la cuenta de todo lo que pasó. De cómo dejaron de jugar escondidas en aquel refugio del patio de “la Elena”, a ponerse al frente de un movimiento que está cambiando el deporte de Río Cuarto.
Del Autor
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