En la segunda entrega de la saga sobre el Seis Naciones nos metemos con la historia del duelo entre Inglaterra y Escocia. Dos tierras que ni un muro pudo separar. Un relato de guerras, independencias, tratados, flores y una mala película de Mel Gibson

“Esta drag queen parece interesante”, dice una de las protagonistas de la serie Derry Girls al señalar la tapa de un VHS. La serie está ambientada en la última década del siglo pasado y la drag queen es nada más y nada menos que Mel Gibson, personificado como el referente de la independencia escocesa, William Wallace, su rol en la película “Corazón Valiente” de 1995.

Quién no recuerda a Mel Gibson gritando “Freedom”, mientras ve caer el hacha del verdugo.  El film sirve para pasar el tiempo, pero no para saber mucho de la historia de este pequeño terrateniente que se convirtió en líder militar y terminó su historia siendo descuartizado por el rey Eduardo I de Inglaterra. Si bien es ficción y eso le da libertades, la película tiene errores importantes. Por ejemplo, Mel Gibson no debería parecer una drag queen. Su rostro y su cuerpo no deberían estar pintados de azul. Los escoceses no hacían eso a finales del Siglo XIII, los que sí utilizaban estas tinturas eran los pictos, una de las tribus celtas que ocupaban el norte de Gran Bretaña. Tampoco usaban polleras. Las kilts datan de cuatro siglos después. A todo esto, hay que sumarle batallas inventadas y una historia de amor que nunca pasó. La de Wallace con la princesa Isabel de Francia, esposa del heredero al trono inglés. La Loba, como fue conocida después, llegó a la isla varios años después de la muerte del caudillo.

Más allá de los errores, William Wallace existió y es uno de los personajes principales en la historia de rivalidad y hermandad (más la primera que la segunda) que une a Inglaterra y Escocia. Estos dos países fueron los que firmaron el acta de unión que dio inicio al Reino Unido y fueron los que se enfrentaron en el duelo que sirvió de preámbulo al torneo de las Seis Naciones. Esta relación es la que veremos en esta segunda entrega de la zaga sobre el campeonato de rugby que comenzará el sábado.

Cuando los romanos llegaron a la isla que denominarían Gran Bretaña, esta se encontraba habitada por diversas tribus celtas. Pudieron conquistar las tierras bajas del sur, pero no así las altas del norte. Por el 122, los de la península empezaron la construcción del Muro de Adriano. Esta construcción, ubicada hoy en Inglaterra a 100 kilómetros de la actual frontera con Escocia, marcaría la división entre Britania conquistada y lo que ellos llamaron Caledonia. Para los fanáticos de “Juego de Tronos” (o Canción de Hielo y Fuego, para los entendidos) esta es una de las inspiraciones del Muro que protege la Guardia de la Noche. Los salvajes y los caminantes blancos de los romanos, vendrían a ser los pictos.

Cuando el Imperio Romano se fue a los caños, un grupo de tribus germanas del norte del continente europeo decidieron aprovechar. Sajones, anglos y jutos se mudaron a Bretaña y empezaron a conquistar las tierras del sur. En el norte, los escotos se mudaron desde Hibernia a Caledonia y empezaron a convivir (y guerrear) con los pictos. De este grupo es del que desciende el término Escocia. En gaélico (idioma de los habitantes originales de las islas) el territorio es llamado Alba.

En el siglo VII, se empieza a hablar del reino de Escocia. Este se metió de lleno en las peleas entre los vikingos y los reinos sajones que darían origen a Inglaterra. En ese ida y vuelta, los norteños perdieron más de lo que ganaron. Incluso Athelstan -el denominado primer rey inglés- conquistó el reino de Alba en el 934. Unos 70 años después, Malcolm III decidió devolverles el favor a sus vecinos del sur, pero su intento no tuvo el mismo éxito.

En 1174 Enrique II de Inglaterra volvió a tomar Escocia, pero quince años después, su hijo Ricardo I (Corazón de León), vendió el territorio a sus antiguos monarcas para financiar su participación en la Tercera Cruzada a Tierra Santa, cosas de la Edad Media.

Unos 100 años después entra en la historia William Wallace. Tras los fallecimientos de Alejandro III y su hija Margarita, Escocia se quedó sin heredero al trono. Para decidir cuál de los señores feudales se pondría la corona, decidieron pedirle ayuda a Eduardo I de Inglaterra. Este, que tiene fama de haber sido tan despierto como despiadado, les dijo que sí, pero a cambio les exigió que quien se sentara en el sillón debía ser su vasallo. Estos, primero les dieron el ok, aunque después, cuando el zanquilargo (así llamaban a este rey inglés por su altura) les aumentó los impuestos, notaron que no habían leído la letra chica del contrato.

En ese momento se desata la primera guerra de independencia escocesa, que terminó con la victoria de los norteños en 1314. Ese año se produjo la batalla de Bannockburn, en la que las tropas lideradas por Robert de Bruce le dieron una paliza a las de Eduardito II que, por lo que se cuenta, no tenía tantas luces como su padre. Las glorias de este enfrentamiento son narradas en la canción “Flores de Escocia”, himno no oficial que se entona en la previa de cada duelo del Seis Naciones. En las tribunas, se rompen las gargantas contando como los soldados escoceses mandaron de vuelta a su casa a los ingleses, para que pensaran mejor esa idea de querer conquistarlos.

Unos años antes, Wallace fue capturado y descuartizado. El mito dice que sus partes fueron esparcidas por distintos puntos del territorio inglés, como un mensaje para quienes tuvieran ganas de hacer este tipo de travesuras. Como ya se dijo, Eduardo I no fue de los reyes más misericordiosos de la historia.

Después de cerrar la Edad Media con la resolución de la Guerra de las Rosas -en el cual los escoceses también se metieron-, Inglaterra estaba lista para volver al ataque por la corona del reino de Alba. A mediados del siglo XVI, la dinastía Tudor mandaba en Londres y Henrique VIII armó todo para que su hijo Eduardo VI y la heredera al trono escocés María I Stuardo hicieran match y se casaran. Al igual que en el pasado, los del norte dijeron primero que sí y firmaron el tratado de Greenwich, pero después deshicieron el like y la Estuardo terminó casada con el príncipe francés. No era la primera ni la última vez que los caledonios se hacían amiguitos de los galos.

La ruptura del acuerdo no les gustó nada a los ingleses y allá fueron otra vez a armar bardo. Después de siete años de disputas, llegó la paz. María I se casó con el francés, después enviudó, se volvió a casar con un lord escocés y el resultado fue el mismo, la obligaron a abdicar, huyó a Inglaterra en busca de ayuda de su prima Isabel I, que la vio como una posible rival, le clavó el visto y la condenó a muerte. Su revancha desde el más allá fue que su hijo, Jacobo, unificaría ambas coronas tras el fallecimiento de quien ordenara su ejecución.

Los ingleses, acostumbrados a cortar el bacalao en la isla, no recibieron con las manos abiertas a un rey escocés. Después de soportar varias revueltas sociales y religiosas, como la “Conspiración de la Pólvora” murió en 1625. Su hijo Carlos I no la pasó mejor. Tuvo problemas políticos y religiosos en Escocia y en Inglaterra. Su reinado y su vida se terminaron en 1649, cuando fue depuesto tras perder la guerra civil.

Los 50 años que siguieron a la caída de Carlos I fueron de mucho desorden y ambos países siguieron ligados, siempre con la supremacía de Inglaterra. Protectorado primero, restauración y Revolución Gloriosa fue el derrotero que dio paso a la monarquía parlamentaria que rige todavía hoy, bajo este formato, en 1707 se firmó el acta de Unión que dio origen al Reino Unido de Gran Bretaña, con Ana I en el poder.

Como vimos en el primer capítulo de esta zaga, unos 160 años después, Escocia e Inglaterra se enfrentarían en una cancha de rugby para sembrar la semilla del Seis Naciones. En 1872 se enfrentaron en la India en lo que sería el inicio de la Copa Calcuta y el preámbulo de la competición europea más importante.

Así como Inglaterra tomo como símbolo la rosa, en honor a la casa Tudor, Escocia eligió a su flor nacional, el cardo. El origen de esta cuestión no está bien claro, pero la leyenda dice que en la Edad Media, un ejercito vikingo invadió Escocia e intentó sorprender al atacar de noche. Para no hacer ruido, los nórdicos caminaron descalzos, sin percatarse de que el campo estaba regado de cardos. Así, uno de los invasores se pincho y empezó a gritar, alertando del ataque a los escoceses, que pudieron repelerlos.

En el campo rugbístico también manda Inglaterra. Se ha quedado con 71 de los 114 encuentros disputados. En el Seis Naciones Escocia se ha quedado un poco atrás en los últimos tiempos. De hecho, no ganó ningún título bajo esta denominación. La última de sus quince coronaciones fue en el Cinco Naciones de 1999, un año después de que se sancionara la Ley de Escocia, en la que el país recuperó su parlamento y algunas libertades dentro del Reino Unido.

Más allá de ese título de 1999, la última gran alegría del rugby escocés fue en 1990. Para variar, en ese momento había tensiones entre ambos países. La década de política neoliberal de la Primera Ministra británica Margaret Tatcher hizo estragos en la industria escocesa. A esa mala situación económica, se le sumaba la imposición del “impuesto de la comunidad” que debían pagar todos los ciudadanos por igual, sin importar las diferencias cuanto ganaban o si estaban desempleados o no. La Dama de Hierro no era muy querida en Glasgow y Edimburgo.  

En ese contexto, el 17 de marzo de 1990, Escocia recibió a Inglaterra en el estadio de Murrayfield por la última fecha del Cinco Naciones. Si los locales ganaban podían hacer un súper combo épico (Cinco Naciones, Copa Calcuta, Grand Slam y Triple Corona). En sus filas contaban con una histórica tercera línea conformada por Finlay Calder, John Jeffrey y Derek White, además del fullback Gavin Hastings. Del otro lado también había varios nombres importantes como el apertura Rob Andrew y el centro Will Carling, a quién los locales habían apodado como “el capitán de la Tatcher”.

Escocia ganó el partido con un try Tony Stanger y consiguió todos los títulos. Su capitán David Sole decidió que el equipo entrara caminando a la cancha. Ese día se entonó por primera vez el Flores de Escocia, la cancha se transformó por un instante en el campo de batalla de Bannockburn y los descendientes de los pictos pudieron saborear el gusto de la revancha.    

Juan el Extenso, experto en relatos incongruentes

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