
Las hinchadas argentinas niegan la entidad de su rival a cada rato, pero ¿En verdad sabe lo que implica que el otro no exista?
“No existís, muerto”, repiten cada dos por tres las hinchadas argentinas refiriéndose a sus rivales. Algunas teorías aventuran que esta frase se dijo por primera vez en lo que hoy es Alemania. Sostienen que la gritó Friedrich Nietzsche apuntando con un dedo al cielo, el día que formuló su premisa sobre el fallecimiento de dios. Se basan en lo que contó en una taberna de Tautenburg, el vecino del departamento de abajo del filósofo. Mientras se tomaba su quinta pinta de cerveza rubia, el hombre relató que escuchó la blasfemia del bigotudo cuando estaba dándole de comer a al perro de su mujer.
Quienes oyeron la historia, mucho no la creyeron. Primero porque el hombre emanaba un hedor a alcohol insoportable, segundo porque era imposible que hubiera visto al filósofo levantar el dedo estando pared de por medio y tercero por que era sabido que no sólo no tenía gato, si no que tampoco tenía mujer.
Más allá de la veracidad o no de esta historia, está claro que el “No existís” que se dispara a cada rato desde las tribunas argentas, tiene en el fondo un tinte claramente filosófico. No hay otra ciencia que se haya preguntado tanto por el ser y aunque muchos de los que la dicen no tengan ni la más mínima idea de quienes fueron Descartes, Sartre, Kant o Heidegger, en el fondo, su utilización apunta hacia ese debate profundo que es la existencia o no de las cosas.
El “No existís” del tablón es la relación de una serie de premisas que lleva a la conclusión de que el rival no tiene entidad. La cantidad de títulos, de años en primera, de partidos ganados y de hinchas, son las variables primigenias con las que se inicia el recorrido argumentativo. En definitiva, el “No existís” se entiende dentro de ese colchón semántico que otorga la llamada cultura del aguante. El equipo rival no existe porque no tiene aguante. Por que sus hinchas son de una calidad inferior y la pasión por su equipo también.
Hay que recordar que, dentro de la cultura del aguante, el club y el hincha son los mismo. Si mi equipo pierde, pierdo yo. Ese juego simbiótico hace que el “No existís” vaya dirigido no sólo al club, sino a todo lo que representa y a todos los que se asocien de manera identitaria con esa institución.
Esa negación de la existencia se vuelve peligrosa al estar totalmente aceptada. Si el otro no es una entidad, no posee ninguno de los atributos que tienen los seres. Puede desaparecer o ser suprimido. Si no deja de estar, no pasa nada porque nunca estuvo. En palabras del sociólogo Pablo Alabarces: “Qué el no existís sea tan aceptado y practicado, sin ninguna crítica o autocrítica, nos habla de un contexto donde la muerte del otro es legítima. Si el otro no existe, hacer que deje de existir de una vez por todas no está tan mal”.
El “No existís” iría incluso contra una de las premisas básicas del futbolero medio. Esa cuestión casi alquímica de que la existencia de una entidad exige la presencia de su contrario. Al rival se lo necesita, no sólo para ganarle, sino para reafirmar la identidad propia. Desde un punto de vista cartesiano, se podría decir que la hinchada que envía el mensaje se posiciona en el centro de la escena cual ente que piensa y remarca que el otro existe, en tanto y en cuanto yo lo necesito como mi rival.
En la mirada de un existencialista el “No existís” entraría en la lógica de la dialéctica de la cosificación de la que hablaba Jean Paul Sartre. El francés sostenía que las personas poseían una dimensión social. La identidad se define con el otro. Él es quien termina de significar, valorar y juzgar eso que uno dice ser.
El encuentro con el otro siempre es subjetivo. El otro se presenta como un sujeto con su libertad, con sus valoraciones y sus proyectos. Sartre sostiene que esa identidad que se forja con el otro siempre es conflictiva. Ese conflicto de las libertades puede tomar muchas formas pero se desenvuelve en dos actitudes principales: o bien uno se esfuerza en reducir al otro al estado de objeto para afirmarse como libertad, o bien uno asume su ser objeto y se convierte libremente en cosa delante de otro y así reconocerle como sujeto.
Así, el “No existís” se podría entender como esa cosificación del otro. Ese rival cosificado ya no es sujeto con sus derechos, sus libertades y sus atributos. Existe como esa cosa a la que se puede odiar para reafirmar la identidad propia.
El “No existís” es una frase que de tan reiterada consiguió camuflarse en el folkclore del fútbol argentino. Sin embargo, entraña significados profundos sobre la identidad propia y la del otro. La filosofía otorga algunas herramientas para pensarla, sin tener que sufrir consecuencias físicas, como le pasó al profesor Humberto Giussebonni, hincha de Deportivo Patagones. En un partido contra Deportivo Villalonga, el catedrático se trepó al alambrado para festejar un gol de su equipo. Ya en las alturas, mientras revoleaba su pullover a cuadros, no tuvo la mejor idea que poner en duda la entidad del rival al grito de: “No existís”. La respuesta fue contundente. Una piedra del tamaño de una calabaza voló desde la tribuna contraria y lo impactó de lleno sobre su ceja derecha. Se despertó a los dos días en una cama de terapia intensiva, con la certeza empírica de la existencia de su rival grabada en la frente, en forma de un corte que demandó quince puntos de sutura.
*Para los incautos, el origen nietzscheano de la frase y la historia de Humberto Giussebonnison producto de la imaginación atrofiada del autor.
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